jueves, 30 de junio de 2022

La voluntad de Dios (3/3)

7. El querer y el hacer del creyente es producido por la buena voluntad de Dios.

Todo buen deseo o toda buena obra que pueda salir de nosotros es gracias a la buena voluntad de Dios. Ya hemos mencionado que Dios es el que en nosotros produce así el querer como el hacer[1] por su buena voluntad (Filipenses 2:13). Él es quien pone en nosotros esos deseos de ser semejantes a Cristo; de predicar el evangelio a los perdidos; de orar sin cesar; de tener comunión los unos con otros y esos deseos de reunirnos regularmente como iglesia para glorificarlo.

Tanto el querer como el hacer que Dios produce en nosotros es con el propósito de que lo glorifiquemos. Actividades tan simples y habituales como las de beber, comer o cualquier cosa que hagamos debemos hacerlas para su gloria (1 Corintios 10:31). La gran pasión de nuestras vidas y lo que nos debe caracterizar como creyentes es buscar glorificar a Dios en todos los aspectos. Al reflexionar en Filipenses 2:13, es maravilloso saber que aún esta correcta motivación de glorificar a Dios en todo, nos viene dada por su buena voluntad.

Todo deseo y obra del creyente que es nacido de nuevo debe ser para la gloria del Señor y no para la suya propia. Dios espera que el creyente lo glorifique porque Él mismo le concedió una nueva naturaleza espiritual que apunta hacia la búsqueda de su gloria. Jesús dijo: “El que habla por su propia cuenta, su propia gloria busca; pero el que busca la gloria del que le envió, este es verdadero, y no hay en él injusticia” (Juan 7:18). Esto expresa una diferencia clara entre el hombre que ha nacido de nuevo y el que aún no ha sido regenerado. El primero busca la gloria de Dios en todo cuanto desea y hace, mientras que el segundo se identifica por desear y buscar la gloria personal.

Esto anterior no quiere decir que los cristianos somos inmunes a las tentaciones de hacer las cosas para ser reconocidos, premiados o vistos por los demás. Debemos recordar que mientras vivamos en este mundo, en este cuerpo de carne, esas tentaciones vendrán a nuestras vidas y no debemos ceder a ellas. Así que toda vez que alguien nos exprese algún halago o nos quiera aplaudir por haber entendido que hicimos alguna buena obra, digamos: A Dios sea la gloria.

8. La verdadera familia de Jesús está compuesta por los que hacen la voluntad de Dios.

Hacer la voluntad de Dios nos define e identifica como miembros de la familia que Dios está reuniendo en Cristo, es decir, la iglesia. Jesús dijo: “Porque todo aquel que hace la voluntad de Dios, ese es mi hermano, y mi hermana, y mi madre” (Marcos 3:35). Esta familia pone en práctica la voluntad de Dios, es decir el amor, la verdad, la unidad, la santidad, la predicación del evangelio, el servicio, la misericordia y en fin la sana doctrina teniendo a Cristo como centro. El apóstol Pablo expresó las siguientes palabras acerca de esta hermosa familia:

"Así que ya no sois extranjeros ni advenedizos, sino conciudadanos de los santos, y miembros de la familia de Dios, edificados sobre el fundamento de los apóstoles y profetas, siendo la principal piedra del ángulo Jesucristo mismo, en quien todo el edificio, bien coordinado, va creciendo para ser un templo santo en el Señor; en quien vosotros también sois juntamente edificados para morada de Dios en el Espíritu" (Efesios 2:19-22).

La familia de Dios procura hacer todas las cosas en respuesta obediente a la voluntad de Dios expresada en la Biblia. Trata de asegurarse de que todo lo que cree y practica se conforma a la Palabra de Dios y no a la voluntad de los hombres (1 Pedro 4:11). No va más allá de lo que está escrito (1 Corintios 4:6). Procura hablar conforme a las palabras de Dios. No le quita ni le añade a la Biblia porque desea ser fiel a Dios y conoce las advertencias y consecuencias de traspasar su Palabra (Apocalipsis 22:18,19).

La familia de Dios persevera en hacer la voluntad de Dios. Aun cuando algunos se desvíen, un ejército fiel se mantendrá siguiendo la paz y la santidad sin la cual nadie verá al Señor (Hebreos 12:14). A pesar de las dificultades estará en pie porque "siete veces cae el justo, y vuelve a levantarse; mas los impíos caerán en el mal” (Proverbios 24:16). La iglesia prevalecerá sobre todas las tormentas de pecado de este mundo porque Cristo la guía, perdona y sostiene. La Palabra de Dios asegura que el que comenzó en nosotros la buena obra, la perfeccionará hasta el día de Jesucristo (Filipenses 1:6). Jesús dijo:"yo les doy vida eterna; y no perecerán jamás, ni nadie las arrebatará de mi mano (Juan 10:28).

Los que hacen la voluntad de Dios pertenecen al reino de la luz, no al de las tinieblas. Están con Cristo, no con Belial. Van camino al cielo, no al infierno. Se conocen como cristianos, no como mundanos. Son salvos, no perdidos. Jesús lo indicó con claridad: "No todo el que me dice: Señor, Señor, entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos (Mateo 7:21).

Así como no todos los que descienden de Israel son israelitas (Romanos 9:6), así tampoco todos los que asisten[2] a la iglesia son cristianos genuinos que hacen la voluntad de Dios. En la parábola del trigo y la cizaña, el Señor Jesús enseñó que en el fin del mundo los ángeles recogerán a los hijos del reino (el trigo) y a los hijos del malo (la cizaña) para colocar a cada uno en su lugar. Los justos resplandecerán como el sol en el reino de su Padre, pero los injustos tendrán su parte en las tinieblas de afuera, donde será el lloro y el crujir de dientes (Mateo 13:24-52). Todos los que profesamos ser parte de la familia de Dios debemos examinarnos a nosotros mismos para saber si estamos en la fe (2 Corintios 13:5).

9. Quien quiera hacer la voluntad de Dios conocerá si la doctrina es de Dios.

El que realmente desea hacer la voluntad del Dios único y verdadero es quien conocerá si la doctrina que Jesús habló proviene de ése mismo Dios. Jesús dijo: “El que quiera hacer la voluntad de Dios, conocerá si la doctrina es de Dios, o si yo hablo por mi propia cuenta” (Juan 7:17). Note que Jesús dijo “el que quiera”, dejando claro que el hombre tiene que desear hacer la voluntad de Dios para entonces conocer lo tocante a su doctrina.

Ahora bien, ¿Quién pone ese deseo en el corazón del hombre? ¿Acaso surge solamente del hombre? Por las Escrituras sabemos que es Dios quien abre el corazón del oyente para que éste entienda su voluntad (ver Hechos 16:14). Y esto ocurre cuando éste se expone a la predicación fiel de la Palabra de Dios y la cree. En otras palabras, se puede afirmar que el querer hacer la voluntad de Dios es un deseo que el Espíritu Santo coloca en el corazón del oyente tras convencerlo de su estado espiritual mediante la predicación del evangelio (Juan 16:8). La Biblia dice que "la fe es por el oír, y el oír, por la palabra de Dios" (Romanos 10:17). En cambio, si el hombre rechaza las palabras de Cristo, tristemente no llegará a conocer a Dios ni a su doctrina. En ese caso, se interpreta que no desea hacer la voluntad de Dios, y seguiría en un estado de condenación.

Previo a un adecuado conocimiento de la doctrina de Dios y de su procedencia, él hombre también necesita darse cuenta de su condición caída y pecaminosa ante Dios (lo cual llega a saber gracias a la obra el espíritu Santo en su corazón mediante la predicación del evangelio, como hemos mencionado). Necesita reconocer su necesidad de salvación en Cristo y procurar la reconciliación con Dios respondiendo bíblicamente a la verdad del evangelio. Tiene que creer en Cristo y arrepentirse de sus pecados, lo cual es demandado por la voluntad de Dios, y así estará en la dirección correcta con respecto a la fuente y el conocimiento de la doctrina de Dios. La respuesta positiva del hombre al mensaje del evangelio es la evidencia de su deseo de hacer la voluntad de Dios y de que el Espíritu Santo obró su corazón al escuchar el mensaje redentor.

10. Los santos[3] son llamados y designados para el ministerio por la voluntad de Dios.

El apóstol Pablo aseguró que su llamado al apostolado fue según la voluntad de Dios. Él dijo ser llamado apóstol de Jesucristo "por la voluntad de Dios” (1 Corintios 1:1). No se autoproclamó apóstol sino que fue escogido por Dios mismo para ese ministerio. Primero tuvo un encuentro con el Señor Jesucristo de una forma dramática mientras iba camino a Damasco para perseguir a la iglesia (Hechos 22:6-26), y más tarde Dios lo hizo ministro de Jesucristo a los gentiles (Romanos 15:16), tal como lo tenía planeado.

El Nuevo Testamento registra que Dios fue quien llamó y escogió a sus siervos para la obra del ministerio. En el caso de los doce discípulos, el mismo Señor Jesús los llamó y los escogió personalmente. En el caso de Matías, resultó escogido por la voluntad de Dios luego de comprobarse que cumplía con los requisitos especiales para ser contado con los doce (Hechos 1:12-26). La Biblia dice que "él mismo constituyó a unos, apóstoles; a otros, profetas; a otros, evangelistas; a otros, pastores y maestros, a fin de perfeccionar a los santos para la obra del ministerio, para la edificación del cuerpo de Cristo" (Efesios 4:11,12). ¿Quién hizo esto? El mismo Dios. Dios hoy sigue llamando y escogiendo a sus siervos según su voluntad.

En su Palabra, Dios dejó las directrices para la escogencia de los hombres y mujeres que han de servir en la obra del ministerio de la iglesia, según su voluntad. Si bien en el pasado, antes de que se completara el canon de las Sagradas Escrituras, él llamó y designó de una manera más especial a sus apóstoles y profetas, ahora él llama y escoge mediante la guía del Espíritu Santo en su iglesia y las instrucciones específicas que dejó en su Palabra escrita. En este sentido, los aspirantes a desempeñar ministerios o posiciones de liderazgo en la iglesia local no deben ser constituidos por meras motivaciones relacionadas con las cualidades físicas, el carisma, los conocimientos, por familiaridad, por habilidades o por alegadas experiencias sobrenaturales sino en base a los requisitos bíblicos que Dios comunicó a través de los santos hombres que el Espíritu Santo inspiró (2 Pedro 2:21).

No debemos caer en el error de escoger líderes para el servicio ministerial en la iglesia basándonos en criterios humanos. Ese fue el error con la escogencia de Saúl como rey, en el Antiguo Testamento. Su escogencia no estuvo basada en los criterios de Dios sino en los de los israelitas. La Escritura muestra que los israelitas se acercaron al profeta Samuel para pedir que les fuera colocado un rey sobre ellos, como los tenían las demás naciones. Sin embargo, la posición de Dios al respecto era que ellos en realidad estaban desechando su señorío celestial para someterse a un reinado humano. Por ese motivo, dijo Dios al profeta Samuel:

"Oye la voz del pueblo en todo lo que te digan; porque no te han desechado a ti, sino a mí me han desechado, para que no reine sobre ellos. Conforme a todas las obras que han hecho desde el día que los saqué de Egipto hasta hoy, dejándome a mí y sirviendo a dioses ajenos, así hacen también contigo. Ahora, pues, oye su voz; mas protesta solemnemente contra ellos, y muéstrales cómo les tratará el rey que reinará sobre ellos. Y refirió Samuel todas las palabras de Jehová al pueblo que le había pedido rey. Dijo, pues: Así hará el rey que reinará sobre vosotros: tomará vuestros hijos, y los pondrá en sus carros y en su gente de a caballo, para que corran delante de su carro; y nombrará para sí jefes de miles y jefes de cincuentenas; los pondrá asimismo a que aren sus campos y sieguen sus mieses, y a que hagan sus armas de guerra y los pertrechos de sus carros. Tomará también a vuestras hijas para que sean perfumadoras, cocineras y amasadoras. Asimismo tomará lo mejor de vuestras tierras, de vuestras viñas y de vuestros olivares, y los dará a sus siervos. Diezmará vuestro grano y vuestras viñas, para dar a sus oficiales y a sus siervos. Tomará vuestros siervos y vuestras siervas, vuestros mejores jóvenes, y vuestros asnos, y con ellos hará sus obras. Diezmará también vuestros rebaños, y seréis sus siervos. Y clamaréis aquel día a causa de vuestro rey que os habréis elegido, mas Jehová no os responderá en aquel día. Pero el pueblo no quiso oír la voz de Samuel, y dijo: No, sino que habrá rey sobre nosotros; y nosotros seremos también como todas las naciones, y nuestro rey nos gobernará, y saldrá delante de nosotros, y hará nuestras guerras" (1 Samuel 8:7-20).

En el caso de la escogencia de David como rey, es evidente que los criterios de Dios fueron distintos a los de la perspectiva humana. Esta vez, considere como se contrapone el parecer de Dios con el del hombre en el proceso de escogencia de David como rey de Israel:

"Y aconteció que cuando ellos vinieron, él vio a Eliab, y dijo: De cierto delante de Jehová está su ungido. Y Jehová respondió a Samuel: No mires a su parecer, ni a lo grande de su estatura, porque yo lo desecho; porque Jehová no mira lo que mira el hombre; pues el hombre mira lo que está delante de sus ojos, pero Jehová mira el corazón. Entonces llamó Isaí a Abinadab, y lo hizo pasar delante de Samuel, el cual dijo: Tampoco a este ha escogido Jehová. Hizo luego pasar Isaí a Sama. Y él dijo: Tampoco a este ha elegido Jehová. E hizo pasar Isaí siete hijos suyos delante de Samuel; pero Samuel dijo a Isaí: Jehová no ha elegido a estos. Entonces dijo Samuel a Isaí: ¿Son estos todos tus hijos? Y él respondió: Queda aún el menor, que apacienta las ovejas. Y dijo Samuel a Isaí: Envía por él, porque no nos sentaremos a la mesa hasta que él venga aquí. Envió, pues, por él, y le hizo entrar; y era rubio, hermoso de ojos, y de buen parecer. Entonces Jehová dijo: Levántate y úngelo, porque este es" (1 Samuel 16:6-12).

11. La voluntad de Dios puede ser conocida.

Muchas personas afirman no saber la voluntad de Dios para sus vidas. Unos esperan conocerla mediante un sueño. Otros, mediante una visión o alguna experiencia sobrenatural. Otros buscan conocerla hurgando en el interior de sus corazones. Sin embargo, todo lo que Dios quiere que nosotros sepamos de su voluntad ya está revelado en la Biblia. Necesitamos ir a ella para conocer la voluntad de Dios. Dios reveló su voluntad en su Palabra escrita, no para que unos pocos privilegiados la sepan sino para que todo hombre la conozca y la obedezca.

Una vez conocida la voluntad de Dios, él espera que sea obedecida.[4] Cuando Dios prohibió a Adán y Eva comer del fruto que estaba en medio del huerto, él esperaba obediencia. Cuando él mandó a Noé a construir el arca, esperó obediencia, de acuerdo a las instrucciones que había dado. Cuando él entregó a Moisés los diez mandamientos en el Monte Sinaí, esperaba obediencia. Cuando sacó a Israel de Egipto y lo introdujo en la tierra de Canaán, esperó obediencia. Cuando envió a su Hijo Jesucristo y lo entregó por nuestros pecados en la cruz esperó nuestra respuesta de obediencia a su voluntad con respecto a Cristo y su doctrina. Habiendo Dios revelado su voluntad, no hay excusa para desobedecerla.

La Biblia advierte acerca del peligro de pecar, voluntariamente, teniendo conocimiento de la voluntad de Dios. La Escritura dice que si "pecáremos voluntariamente después de haber recibido el conocimiento de la verdad, ya no queda más sacrificio por los pecados, sino una horrenda expectación de juicio, y de hervor de fuego que ha de devorar a los adversarios” (Hebreos 10:26,27). El apóstol Pedro sentenció: “Porque mejor les hubiera sido no haber conocido el camino de la justicia, que después de haberlo conocido, volverse atrás del santo mandamiento que les fue dado” (2 Pedro 2:21).

Acerca de conocer o no conocer la voluntad de Dios, cabe también advertir lo dicho por nuestro Señor Jesucristo con estas palabras: "Aquel siervo que conociendo la voluntad de su señor, no se preparó, ni hizo conforme a su voluntad, recibirá muchos azotes. Mas el que sin conocerla hizo cosas dignas de azotes, será azotado poco; porque a todo aquel a quien se haya dado mucho, mucho se le demandará; y al que mucho se le haya confiado, más se le pedirá" (Lucas 12: 47,48).

12. El que hace la voluntad de Dios permanece para siempre.

El apóstol Juan dijo: “...el mundo pasa, y sus deseos; pero el que hace la voluntad de Dios permanece para siempre” (1 Juan 2:17).

El cielo y la tierra, como los conocemos actualmente, pasarán, pero no así el que hace la voluntad de Dios. Esta es una maravillosa y alentadora promesa de la Biblia. Como el salmista, se puede afirmar que el que obedece la voluntad de Dios será como "el Monte de Sión que no se mueve sino que permanece para siempre" (Salmos 125:1).

Tanto el Antiguo como el Nuevo Testamento enseñan que los que hacen la voluntad de Dios permanecen para siempre. En el AT, por ejemplo, considere los siguiente personajes: Enoc, el cual caminó trescientos años con Dios, fue traspuesto para no ver muerte porque tuvo testimonio de haber agradado a Dios (Hebreos 11:5). El profeta Elías, a pesar de ser un hombre con pasiones semejantes a las nuestras, fue llevado al cielo por Dios en un carro de fuego (2 Reyes 2:11). Moisés, con el cual Dios hablaba cara a cara, fue enterrado por Dios mismo en un lugar que ni siquiera Satanás conoce hasta hoy (Judas v. 9).

En el Nuevo Testamento, la verdad de que si hacemos la voluntad de Dios viviremos para siempre se enseña con más frecuencia todavía. En él se nos enseña que al final de este mundo Dios mandará a recoger a todos los inscritos en el libro de la vida, los que hacen su voluntad, para estar siempre con ellos. Los que hacen la voluntad de Dios moraran en las mansiones celestes que Cristo fue a preparar (Juan 14:2-4). Los que hacen la voluntad de Dios gozarán de una vida indestructible en el cielo y estarán siempre con el Señor (1 Tesalonicenses 4:17).

Es notoria la atención especial de Dios para con quienes murieron en el Señor e hicieron su voluntad mientras estuvieron en vida. Aunque ya partieron de este mundo, Dios se sigue llamando Dios de ellos, así como se llama Dios de Abraham, de Isaac y Jacob (Mateo 22:32). Los que hacen la voluntad de Dios serán guiados por el mismo Dios aún más allá de la muerte (Salmos 48:14).

Jesucristo señaló la posición de los que hacen la voluntad de Dios y de los que no la hacen, con estas palabras: "No todo el que me dice: Señor, Señor, entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos. Muchos me dirán en aquel día: Señor, Señor, ¿no profetizamos en tu nombre, y en tu nombre echamos fuera demonios, y en tu nombre hicimos muchos milagros? Y entonces les declararé: Nunca os conocí; apartaos de mí, hacedores de maldad" (Mateo 7: 21-23).

Hno. Gerson Rosa


[1] El querer y el hacer la voluntad de Dios, en el sentido que Dios espera, no es lo que caracteriza la motivación del corazón del hombre no regenerado. Aparte de Dios, el hombre natural simplemente no hace las cosas para la gloria de Dios sino para gloria de sí mismo. Desde una óptica humana, el hombre natural parece ser digno del cielo por hallarse haciendo grandes obras benévolas y actos de servicios y favores a otros. Sin embargo, su problema básico es que a causa del pecado que mora en él, todo esto lo hace para su autocomplacencia personal y no para la gloria de Dios, aun cuando no manifiesta a los demás la motivación de que lo hace para la gloria de sí mismo.

[2] Algunos individuos asisten a las reuniones de la iglesia, hacen profesión de fe en ella, permanecen por un largo tiempo en ella, participan de sus cultos y actividades, incluso hacen cosas que los demás creyentes hacen, pero más tarde cambian sus afectos y creencias. Al transcurrir el tiempo van perdiendo el interés y el encanto que manifestaron en sus inicios. Luego terminan abandonado el redil y no regresan. Mientras unos regresan al rebaño por la gracia de Dios (Santiago 5:20), otros llegan al punto de negar a Cristo. Cuando nos preguntamos por qué esto ocurre, tenemos que pensar en la respuesta que nos dejó el apóstol Juan al respecto: “Salieron de nosotros, pero no eran de nosotros; porque si hubiesen sido de nosotros, habrían permanecido con nosotros; pero salieron para que se manifestase que no todos son de nosotros” (1 Juan 2:19).

[3] Los santos son los apartados para Dios, los salvados, los hombres y mujeres que han sido separados del pecado del mundo para vivir, no según sus propios deseos, sino según la voluntad de Dios.

[4] Obedecer la voluntad de Dios debe ser el blanco de nuestras vidas. El pecado es errar en esa meta de obedecerla.

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