EL EVANGELIO de Cristo es aquel que Dios "había prometido antes por sus profetas en las santas Escrituras".[1] Jesucristo fue anunciado en el pasado, con mucha frecuencia, por los profetas. Ellos llegaron a emplear muchos tipos y sombras para Cristo en las Escrituras. En el pacto veterotestamentario, por ejemplo, Jesús es prefigurado en personajes bíblicos como Adán, David, Moisés, y en figuras como la Peña de Horeb, el templo, el arca de Noé, entre otros. Mientras que en el Nuevo Pacto, Cristo es la realidad espiritual o la imagen misma que comunicaban esos tipos y sombras. Dios había hablado a través de sus profetas "acerca de su Hijo, nuestro Señor Jesucristo, que era del linaje de David según la carne, que fue declarado Hijo de Dios con poder, según el Espíritu de Santidad, por la resurrección de entre los muertos". Romanos 1.3,4.
La Biblia registra abundantes profecías acerca la obra redentora de Cristo a favor nuestro. Esas profecías tuvieron su cumplimiento a su debido tiempo, conforme al plan eterno de Dios se desarrollaba. El mismo Señor Jesucristo se refirió frecuentemente a lo que de él decían las Escrituras. A ciertos judío les dijo: "Escudriñad las Escrituras; porque a vosotros os parece que en ellas tenéis la vida eterna; y ellas son las que dan testimonio de mí".[2] Él dijo estas palabras debido a la incredulidad de ellos, pues a pesar de que tenían el testimonio de Cristo en las Escrituras, todavía no creían en él. La Biblia claramente contiene profecías irrefutables acerca del nacimiento, padecimiento, muerte y resurrección de Jesucristo. Los libros de los salmos y los profetas son evidencias fehaciente de ello. Por ejemplo, el Salmo 22:18 es una de las tantas profecías alusivas a Cristo: "Repartieron entre sí mis vestidos, y sobre mi ropa echaron suertes".
El médico Lucas nos refiere que Jesús declaró a sus discípulos lo que de él decían las Escrituras "comenzando desde Moisés, y siguiendo por todos los profetas".[3] Más tarde, Jesús les abrió el entendimiento para que comprendiesen las Escrituras.[4] Evidentemente, Dios había hablado por medio de sus profetas acerca de su Hijo Jesucristo, y hoy nos habla por el Hijo mismo,[5] a quien constituyó heredero de todo y por quien asimismo hizo el universo.[6] Es por esta razón que la Biblia atestigua que "toda alma que no oiga a aquel profeta, será desarraigada del pueblo".[7] Cristo es a quién debemos oír hoy para ser salvos. Él es el Rey, Sacerdote y Profeta de nuestro tiempo.
La gran expectación que tenían los profetas del Antiguo Testamento acerca de Cristo y del tiempo de su venida es señalada con precisión en las palabras del apóstol Pedro, quien declaró: "Los profetas que profetizaron de la gracia destinada a vosotros, inquirieron y diligentemente indagaron acerca de esta salvación, escudriñando qué persona y qué tiempo indicaba el Espíritu de Cristo que estaba en ellos, el cual anunciaba de antemano los sufrimientos de Cristo, y las glorias que vendrían tras ellos".[8] Como puede ser constatado en estas palabras, ellos no sólo profetizaron sino que también investigaron con toda diligencia sobre la salvación que nos vendría tras los padecimientos de Cristo. Y el Espíritu de Cristo que estaba en ellos, anunciaba con anticipación los padecimientos de Cristo y "las glorias que vendrían tras ellos". En otras palabras se estaba anunciando el evangelio prometido por Dios y sus frutos, por medio de los profetas.
En el libro del profeta Isaías se nos revela, quizás, la descripción más clara que podemos encontrar en todo el Antiguo Testamento acerca de los padecimientos de Cristo, para nuestra salvación. Consideremos cuidadosamente el siguiente extracto, de ese libro, como un ejemplo fidedigno al respecto:
"Mas él herido fue por nuestras rebeliones, molido por nuestros pecados; el castigo de nuestra paz fue sobre él, y por su llaga fuimos nosotros curados. Todos nosotros nos descarriamos como ovejas, cada cual se apartó por su camino; mas Jehová cargó en él el pecado de todos nosotros. Angustiado él, y afligido, no abrió su boca; como cordero fue llevado al matadero; y como oveja delante de sus trasquiladores, enmudeció, y no abrió su boca. Por cárcel y por juicio fue quitado; y su generación, ¿quién la contará? Porque fue cortado de la tierra de los vivientes, y por la rebelión de mi pueblo fue herido. Y se dispuso con los impíos su sepultura, mas con los ricos fue en su muerte; aunque nunca hizo maldad, ni hubo engaño en su boca. Con todo eso, Jehová quiso quebrantarlo, sujetándole a padecimiento. Cuando haya puesto su vida en expiación por el pecado, verá linaje, vivirá por largos días, y la voluntad de Jehová será en su mano prosperada. Verá el fruto de la aflicción de su alma, y quedará satisfecho; por su conocimiento justificará mi siervo justo a muchos, y llevará las iniquidades de ellos". (Isaías 52:5-11).
Durante mucho tiempo nuestro Señor Jesucristo fue esperado para nuestra redención. Dios cumplió su promesa de haberlo enviado. Él vino hace un poco más de dos mil años. Vivió una vida completamente santa estando en esta tierra. Murió por nosotros en la Cruz del Calvario. Fue sepultado y resucitó al tercer día. Ascendió al cielo. Hoy intercede por nosotros, al lado del Padre Celestial. ¿Crees esto?. La Biblia dice que:
"Si confesares con tu boca que Jesús es el Señor, y creyeres en tu corazón que Dios le levantó de los muertos, serás salvo. Porque con el corazón se cree para justicia, pero con la boca se confiesa para salvación. Pues la Escritura dice: Todo aquel que en él creyere, no será avergonzado". Romanos 10:9-11.
Esa promesa de salvación está vigente para ti en el día de hoy. Si crees en Cristo, como dice la Escritura, de tu interior correrán ríos de agua viva. Juan 7:38. Su Palabra dice: "El que creyere y fuere bautizado, será salvo; mas el que no creyere, será condenado". Marcos 16:16.
Lánzate hoy a Cristo. Confía en él. Cree y obedece con todo tu corazón su santo evangelio. Su evangelio fue prometido por Dios para tu salvación y gloria de su Nombre. Gloria sea a él por siempre.
Hno. Gerson Rosa
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