"Porque
primeramente os he enseñado lo que asimismo recibí: Que Cristo murió por
nuestros pecados, conforme a las Escrituras; y que fue sepultado, y que
resucitó al tercer día, conforme a las Escrituras". (1 Corintios
15:3,4)
A
pesar de que hace un poco más de dos mil años que nuestro Señor Jesucristo
partió de este mundo para reunirse con su Padre celestial, todavía no pocas
personas desconocen su evangelio. Incluso después de haber recibido alguna
enseñanza de las Escrituras, algunos no logran una compresión bíblica del
mismo. La pregunta, ¿Qué es el evangelio? podría parecer sencilla a muchos,
pero cuando la hacemos nos sorprende el número de respuestas distintas que
podemos recibir o escuchar.
Como
creyentes, se espera que todos aquellos que afirmamos tener fe en Jesucristo
tengamos al menos una idea bíblica y clara de lo que es el evangelio. Pero,
tristemente, éste no siempre es el caso. Algunos pasan años en una organización
religiosa o en una comunidad cristiana sin contar con una visión bíblica del
mensaje de la Cruz de Cristo. Los motivos de ese desconocimiento pueden ser
múltiples, pero con cierta frecuencia se debe a que no están siendo
correctamente instruidos en relación con las verdades esenciales del evangelio o,
en el peor de los casos, están siendo engañados por falsos maestros que emplean
con astucia las artimañas del error. Ante esta realidad, corresponde a los
predicadores fieles el deber, como heraldos de Dios, de dar a conocer y aclarar
a todos, bíblicamente, con amor, sin jactancia, con sabiduría de Dios y
advertencia, qué es el evangelio de nuestro Señor Jesucristo.
Los
seguidores de Cristo debemos advertir que un discernimiento correcto del
evangelio no sólo es de extrema importancia para quien lo predica sino también
para quien lo recibe. La razón es obvia: un individuo que no crea el evangelio
verdadero o que altere su contenido sagrado no entrará en el reino de los
cielos (Gálatas 1:6-9). Esto es un asunto bastante serio y que amerita de
toda nuestra atención. Si solamente el evangelio es la verdad que todo pecador
necesita creer y obedecer para ser salvo de sus pecados, entonces ningún otro
mensaje o poder podrá librarlo de las consecuencias de sus transgresiones ante Dios.
La Biblia claramente dice: "Porque no hay otro nombre bajo el cielo,
dado a los hombres, en que podamos ser salvos" (Hechos 4:12). De la
misma manera, a parte del evangelio de Cristo, mediante ningún otro mensaje
podemos ser redimidos y salvos de nuestros pecados.
Una
visión bíblica del evangelio nos debe motivar a considerar con mucho temor y
reverencia sus verdades divinas; nos debe llevar a estudiar con esmero su
contenido, virtudes y bellezas, reveladas en las Sagradas Escrituras.
Igualmente, una visión escritural del evangelio nos debe mover a pedir gracia y
misericordia a Dios, en oración, para que nos ayude a vivir a luz de sus
demandas cada día de nuestras vidas. El evangelio es tan rico y profundo que no
existe teólogo o mente humana que pueda agotar de manera exhaustiva y perfecta el
inmenso océano de sus gloriosas enseñanzas.
Por
otro lado, la expresión "no todo lo que brilla es oro" puede ser
aplicada a una amplia gama de mensajes que hoy se presentan como si se trataran
del mensaje del evangelio. No todo mensaje que se predica, en nuestros días, se
trata necesariamente del evangelio de Cristo. A pesar de que está claramente
mostrado en las Sagradas Escrituras, todavía muchos promueven ideas acerca del
mismo que, en apariencia, pudiesen resultar benignas y hasta lógicas a nuestro
sentido común, pero en realidad no se corresponden con el significado bíblico
del evangelio. Sabemos que esto ocurre porque, siendo el evangelio el mensaje
de Dios para salvación de los hombres, el maligno no cesa en su lucha por
confundirlo, reducirlo o, si le fuere posible, destruirlo. De ahí la imperiosa
necesidad que todos tenemos de saber reconocer y discernir, en medio de tantas
confusiones y engaños, qué es y, de paso, qué no es el evangelio de Cristo.
Tomando
en cuenta lo expuesto anteriormente, y como una manera de despejar cualquier
tipo de duda que se pueda tener o que pueda surgir en torno a la poderosa verdad
del evangelio, creemos conveniente primero referirnos, aunque sea de manera
breve, a algunas afirmaciones que no se corresponden con la definición bíblica
del evangelio. Luego, pasaremos a
presentar su definición basada en las Sagradas Escrituras y, finalmente,
presentaremos la manera en que Dios espera que respondamos al mismo.
1. No es toda la Biblia. Ante la pregunta, ¿Qué es el
evangelio? hay quienes responden que este se trata de "toda la Biblia o
todo lo que hay en ella". Creen que el evangelio consiste en todo lo
escrito en la Palabra de Dios, desde Génesis hasta Apocalipsis. Otros usan esta
definición para dar a entender que el evangelio se trata de seguir y obedecer
la totalidad de las verdades plasmadas en las Escritura para ser salvos. Sin
embargo, aunque toda la Biblia nos revela el mensaje de salvación, y aunque
debemos obedecer los mandamientos que Dios nos dejó para obedecer en ella, no
podemos afirmar que esta sea su definición. Con toda claridad, y como veremos
más adelante, las Sagradas Escrituras mismas nos presentan un concepto más
específico de lo que es el evangelio.
2. No es toda la
experiencia de la vida cristiana. Muchas
personas piensan en el evangelio como si se tratara de todas las vivencias o las
experiencias que uno tiene en la vida cristiana. Lo ven como todo aquello que
podemos hacer y experimentar como creyentes; dígase cantar, orar, predicar,
evangelizar, ofrendar, visitar a las viudas, a los huérfanos y a los presos,
ayunar, hacer grandes campañas evangelísticas y actividades cristianas para la edificación
del pueblo de Dios, entre otras. Todo esto es bíblico, bueno, glorifica a Dios
e incluso es mandamiento de Dios que lo que lo realicemos. Pero, aunque
todo esto debe surgir y estar motivado por el evangelio y por lo que dicen las
Escrituras, tampoco podemos decir que esta sea su definición.
3. No es el conjunto de
todas las doctrinas cristianas. Algunos
creen que el evangelio consiste en toda la doctrina contenida en las Sagradas
Escrituras. Les parece que conocer doctrinas como las del cielo, el infierno,
la segunda venida de Cristo, el juicio final, los ángeles, los milagros, la
deidad, el nacimiento virginal de Cristo, la iglesia, entre otras, equivale a
conocer lo que es el evangelio. Una vez escuché a alguien decir que el
evangelio era "el conjunto de las doctrinas del Nuevo Testamento".
Sin embargo, aunque debemos tener un amplio conocimiento de estas y otras
doctrinas bíblicas (así como enseñarlas en coherencia con la voluntad de Dios),
y aunque ellas tienen como fuente y como centro el mensaje del evangelio,
todavía no podemos afirmar que esta sea su definición esencial.
4. No es el conjunto de
beneficios espirituales. Otras
personas aseguran que el evangelio es el conjunto de beneficios espirituales de
la vida cristiana, los cuales acompañan a la salvación en Cristo. Estiman que
el evangelio puede ser entendido como la realidad de haber sido hechos hijos de
Dios, de ser perdonados, de haber recibido el amor de Dios, el gozo, la paciencia,
la benignidad, la fe, la mansedumbre, la templanza, la santidad, la pureza y
muchos otros dones, frutos y beneficios espirituales. Pero, aunque estos
beneficios devienen como resultado de haber recibido el evangelio verdadero,
esto tampoco constituye su definición básica y específica.
5. No es un mensaje de
salvación por buenas obras. Quizás
la mayor confusión en torno al entendimiento de lo que es el evangelio, y de
cómo una persona se salva, consiste en creer que el evangelio se trata de
salvación mediante buenas obras. Basta con salir por las calles preguntando a
los hombres por qué creen que serían salvos, y de seguro muchos van a responder
en el sentido de que, debido a sus buenas obras, se consideran lo suficientemente
buenos y dignos como para entrar al cielo.
Innumerables
personas piensan que el hecho de ser generosas con los demás, de no hacer mal a
otros, de cumplir con ciertos deberes religiosos y sociales, o que llevar una
vida moralmente intachable, desde sus puntos de vistas, es suficiente para que
Dios les dé amplia y generosa entrada en el reino de los cielos. Sin embargo,
la Biblia enseña que la salvación no es por obras sino por gracia, por medio de
la fe en Cristo (Efesios 2:8, 9). Y aunque todos los que reciben y
creen el evangelio tienen mandamiento de Dios de andar en buenas obras, en realidad
el único que puede salvarlos es Cristo Jesús.
Cuando
reflexiono sobre la insensatez de creer que podemos salvarnos mediante las buenas
obras, encuentro apropiada la ilustración que hizo el predicador inglés Charles
Spurgeon, cuando dijo: “Es mejor tratar de cruzar el Atlántico en un barco de
papel que tratar de llegar al Cielo por medio de buenas obras.” Si el evangelio
consistiera en salvación por buenas obras, entonces no hubiese sido necesario
que Cristo muriera por nosotros. Nuestras buenas obras hubiesen bastado para
alcanzar el cielo.[1] Por
tanto, la salvación por obras tampoco puede tratarse de una definición y
entendimiento bíblico de lo que es el evangelio.
6. No es un mensaje de
prosperidad material (evangelio de la prosperidad). En nuestros días, el evangelio
de la prosperidad es un mensaje muy proclamado y extendido en muchas
denominaciones de la cristiandad. Es el mensaje que, seguramente, después del
legalismo y el gnosticismo más daño ha hecho al cristianismo, y el que más
obstáculos ha puesto al evangelio verdadero que encontramos en las Sagradas
Escrituras. El mensaje de la prosperidad busca atraer a los hombres con la
idea de que Dios los quiere bendecir con riqueza material, sanar, prosperar y
darles mucho éxito y bienes materiales en esta vida presente. También enfatiza
la idea de que las bendiciones de Dios vienen como resultado del dinero, el
diezmo o las ofrendas que uno pueda ofrecer para la causa de Dios. Esta
perspectiva continúa siendo sostenida por muchos que se identifican a sí mismos
como creyentes genuinos. Sin embargo, aunque muchas de las cosas que son
prometidas en el evangelio de la prosperidad pueden venir como beneficios
posteriores a la salvación, realmente, éstas no constituyen el enfoque central
del mensaje de Cristo y sus apóstoles.
Los
promotores del evangelio de la prosperidad, hábilmente, extraen pasajes de la
Biblia y los exponen fuera de su contexto, a fin de hacerlos coincidir con las
preferencias, expectativas y los gustos humanos. No obstante, quienes
realmente conocen el verdadero evangelio de Cristo, rápidamente notan que se
trata de un mensaje que tiene que ver más con la satisfacción de las
necesidades físicas y emocionales del hombre, y no con la gloria del Dios único
y verdadero. En cierto modo, el apóstol Pablo nos advirtió acerca de la
falsedad y peligros del mensaje de la prosperidad, cuando dijo: "Porque
vendrá tiempo cuando no sufrirán la sana doctrina, sino que teniendo comezón de
oír, se amontonarán maestros conforme a sus propias concupiscencias, y
apartarán de la verdad el oído y se volverán a las fábulas" (2 Timoteo
4:3).
En
la proclamación del evangelio de la prosperidad hay una ausencia de predicación
expositiva de la Palabra de Dios. En ella, los temas que se exponen
generalmente están influidos por un abanico de ideas humanistas, filosóficas,
de superación personal, de orientaciones psicológicas y motivacionales que
responden más a las emociones y a los deseos de bienestar del hombre, y no a la
real necesidad que este tiene de conocer la verdad libertadora de Dios. No hay
un fundamento bíblico sólido en la predicación del mensaje de la prosperidad. Palabras
como "decláralo" y "decrétalo" también son bastante
preferidas por los que anuncian el mensaje de la prosperidad, como si
mágicamente la mención de estas expresiones traerá un ambiente de abundancia a
sus vidas. De hecho, muchos usan estas expresiones religiosas por simplemente
estar de moda y otros, sencillamente, por ignorancia de lo que enseña la
Biblia.
Pero
por más bien intencionado que luzca el evangelio de la prosperidad, al pasarlo
por un examen bíblico, descubriremos de manera inequívoca que resulta ser un
mensaje reprobado por Dios, que no representa la sana doctrina que Cristo y sus
apóstoles enseñaron.
II. ¿QUÉ ES EL EVANGELIO?
La
palabra evangelio proviene de la palabra griega "evangel" y del
latín "evangelión" que significa buenas nuevas. En el
contexto del imperio romano, por ejemplo, este vocablo fue usado para designar
un mensaje de gran relevancia, enviado por el emperador mediante un heraldo al
pueblo. De un modo similar, el evangelio es el mensaje de Dios, que él mismo encargó
a su iglesia para ser predicado a todos los hombres sobre la faz de la tierra.
El evangelio es entendido como buenas nuevas de salvación y, en este sentido, es
un mensaje que debe llenar de gozo al pueblo de Dios, y de esperanza a los
perdidos, puesto que Cristo, mediante su sacrificio perfecto, nos trajo perdón
y salvación de nuestros pecados.
De
manera específica, el evangelio es la maravillosa noticia de
que Jesucristo, el Unigénito Hijo de Dios, quien nunca pecó (1 Juan 3:5), "murió
por nuestros pecados, conforme a las Escrituras; y que fue sepultado, y que
resucitó al tercer día, conforme a las Escrituras" (1 Corintio 15:3,4). Esta
declaración alude específicamente a lo que hizo Cristo para rescatarnos de
nuestras iniquidades, para hacer posible nuestra reconciliación para con Dios.
Es una de las definiciones más completas del evangelio, que nos ofrecen las
Escrituras.
El
evangelio explica el hecho de que, para hacer posible nuestra salvación,
justificación, redención y perdón para con Dios, fue necesario que Jesús
viniera a este mundo y muriera en la Cruz, en nuestro lugar. Jesucristo, el
Justo, por amor recibió en la Cruz todo el castigo que nuestros pecados
merecían. Él murió para liberarnos de nuestros pecados y luego fue sepultado.
Pero la historia no terminó con su muerte. La Biblia asegura que la tumba en la
cual Jesús había sido puesto no lo pudo retener. Jesucristo se levantó
victorioso del sepulcro, al tercer día, como una evidencia contundente de que
Dios había aceptado su sacrificio como bueno y válido para redimirnos de
nuestras transgresiones. Luego de esto, apareció con frecuencia a sus amados
discípulos hasta haber ascendido al cielo, desde donde ahora intercede por
nosotros (Romanos 8:34). Éste es el mensaje del poderoso evangelio de
nuestro Señor Jesucristo. Todo aquel que lo cree bíblicamente es salvo de
todos sus pecados. Los hechos de este maravilloso y poderoso mensaje
habían sido anunciados antes por los profetas, en las Sagradas Escrituras, y
tuvieron su cumplimiento tal como Jesús mismo lo había declarado (Mateo 16:
21).
En
su carta a los Romanos, el apóstol Pablo definió el evangelio
como "poder de Dios para salvación a todo aquel que cree, al
judío primeramente y también al griego" (Romanos 1:16). A luz de esta
definición se puede afirmar que en el evangelio se manifiesta la omnipotencia
de Dios para salvar. Así como el poder de Dios fue necesario para crear todas
las cosas, así también lo es para crear un nuevo hombre espiritual. El ser
humano sin Dios es como hueso seco que necesita la poderosa Palabra de Dios
para cobrar vida. Así como la leña necesita fuego para encender, así el hombre
necesita el poder del evangelio para ser convertido en una nueva creatura. Hasta
entender esta importante verdad, él tendrá la creencia equivocada de que debe
haber en él alguna virtud o poder que sea capaz de producir su propia regeneración
espiritual. Pero la verdad es que para los hombres poder recibir vida nueva, y ser
levantados de su condición caída, necesitan creer bíblicamente el evangelio de
nuestro Señor Jesucristo, el cual poder de Dios para salvación.
Lo
dicho hasta este punto no agota todo lo que la Biblia enseña acerca del
evangelio, como antes dejamos implícito. Detrás de cada uno de los elementos y
palabras del evangelio existe un mundo de enseñanzas que necesitamos conocer. Por
ejemplo, el estudio de conceptos como la expiación, propiciación, justificación,
redención, adopción, gracia, y otros que entran el contexto del evangelio, es
necesario profundizarlos junto al sistema de sacrificios del Antiguo Pacto para
alcanzar una comprensión cada vez más amplia de este glorioso mensaje de la
Cruz, revelado de una manera más precisa y escandalosa en el Nuevo Testamento.
El
evangelio, la justicia y la gloria de Dios
En
el evangelio de Jesucristo se revela la justicia de Dios que los hombres
necesitamos para agradarlo. Esta justicia, de acuerdo con la Palabra de Dios, se
revela a nosotros por fe y para fe (Romanos 1:17), es decir, para los
propósitos de la fe. En el tribunal de Cristo sólo aquellos que se presenten
ante Dios, no teniendo su propia justicia que es por la ley, sino la justicia
de Cristo que es por la fe, son los que recibirán amplia y generosa entrada en
las mansiones celestiales que Jesús mismo nos fue a preparar. En otro lugar, la
Biblia asevera: "Justificados, pues, por la fe, tenemos paz para con
Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo" (Romanos 5:1). Una de las
razones por las cuales necesitamos urgentemente esta justicia, que Dios provee
en Cristo, se debe a que en nuestra justicia propia no podemos alcanzar el estándar
de la justicia perfecta que Dios mismo demanda de cada uno de nosotros.
El
profeta Isaías se refirió a la ineficacia de nuestra justicia humana cuando dijo
estas palabras: "Si bien todos nosotros somos como suciedad, y todas
nuestras justicias como trapo de inmundicia; y caímos todos nosotros como la
hoja, y nuestras maldades nos llevaron como viento" (Isaías 64:6). Claramente,
se nos muestra que todas nuestras justicias son "como trapo de
inmundicia" delante de Dios. Para agradarlo a él, necesitamos contar
con una justicia completamente distinta a la nuestra; y esta sólo se halla en
Cristo, el Hijo de Dios nuestra esperanza. Las Escrituras afirman que
Cristo "nos ha sido hecho por Dios sabiduría, justificación,
santificación y redención" (1 Corintios 1:30).
Nuestra
entrada al reino de los cielos no está garantizada por el hecho de que seamos
padres responsables, hijos obedientes, cónyuges ideales, empleados honestos o
ciudadanos ejemplares (según nuestros propios puntos de vistas). Esto, sin lugar
a dudas, realmente debemos y necesitamos ser a luz de la Palabra de Dios porque
Dios así lo requiere y porque ello pone en evidencia a los que en verdad son
hijos de Dios. No obstante, llegamos a la presencia de Dios gracias a la
justicia perfecta de Cristo, revelada en su santo evangelio e imputada a
nosotros por medio de la fe en él (Romanos 3:21-24). Lo que debemos de ser
delante de Dios y de los hombres (santificados), realmente debe ser el
resultado de la justificación[2] en Cristo.
Cuando
quitamos nuestras esperanzas de que seremos salvos gracias a nuestros actos de
piedad o de bondad y, en cambio, ponemos toda nuestra confianza en el Salvador
que murió en la Cruz, en nuestro lugar, no sólo se destrozan nuestra justicia propia
y autosuficiencia sino que reconocemos lo bueno que es Dios: nos envió a su
Hijo Cristo a morir en la Cruz cuando no lo merecíamos y ahora, al creer bíblicamente
en él, Dios nos declara justos. Los que son pobres en espíritu[3] se caracterizan por reconocer
bien esta verdad. El hombre no tiene de qué jactarse con respecto de su
salvación, como si la obtuviera por sus propios logros, sino dar toda la gloria
a Dios.
Las
implicaciones del mensaje del evangelio no dan lugar a otra cosa que no sea
glorificar a Dios con la totalidad de nuestras vidas. Mediante el evangelio
Dios busca colocarnos en una posición en la que podamos glorificarlo a él por
siempre. Dios nos creó para que lo agrademos en todas las cosas, pero a causa
de nuestros pecados quedamos cortos en esa meta. Por haber pecado, no sólo
quedamos destituidos de la gloria de Dios sino que a partir de ese hecho todos
nuestros intentos en busca de cambiar por nuestra propia cuenta siempre han
sido fallidos. Pero Dios, que es rico en misericordia, nos dio vida juntamente
con Cristo. En su amor, tuvo a bien enviarnos a su Santo Hijo Jesús para que
nosotros, creyendo en él, no sólo seamos salvos sino que seamos "para
alabanza de la gloria de su gracia, con la cual nos hizo aceptos en el
Amado" (Efesios 2:6).
El
evangelio de Cristo: el único mensaje de salvación
El
evangelio no es meramente una opción más dentro de muchas que el hombre tiene
para salvarse, sino la única. No hay muchos caminos para llegar a Dios, sólo
uno: Cristo y éste crucificado (1 Corintios 2:2). Sólo Cristo es el camino, la
verdad y la vida, y nadie va al Padre sino por él (Juan 14:6). Hablar del
evangelio es hablar de Cristo como único medio de salvación.
A
diferencia de las religiones que existen en el mundo, el cristianismo predica
el único mensaje que proclama la verdad de que podemos ser salvos sólo por los
méritos de Cristo. Existen muchos senderos religiosos en este mundo que
prometen liberación a los hombres a través de sistemas de méritos de buenas
obras, pero de manera especial la Biblia se distingue en enseñar que somos
salvos por gracia, por medio de la fe en Cristo (Efesio 2:8). Esta
creencia es exclusiva del cristianismo. De hecho, es por esta exclusividad del
evangelio que muchos creyentes en Jesús sufren persecución en distintas partes
del mundo.
Mientras
vivamos en este planeta, nunca escucharán nuestros oídos ni jamás proclamarán
nuestros labios un mensaje más poderoso, importante y sublime que el que
anuncia que "de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo
unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida
eterna. Porque no envió Dios a su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino
para que el mundo sea salvo por él" (Juan 3:16,17). Todos los demás
mensajes que prometen salvación sucumben y palidecen ante el poder y la gloria
del mensaje del evangelio de Cristo.
III. ¿CÓMO RESPONDER AL
MENSAJE DEL EVANGELIO?
Las
Sagradas Escrituras revelan la manera en la cual estamos llamados a responder
al mensaje santo del evangelio de Dios. En la Biblia aprendemos que Dios nos
manda a Creer en Jesucristo para salvación, como dice la Escritura (Juan 7:38);
a creer, con todo nuestro corazón, que él es el Hijo de Dios y que Dios lo
levantó de los muertos (Romanos 10:9). Nos manda a confesar con nuestra
boca que Jesús es el Señor (Romanos 10:9). Y, como dijo el apóstol Pedro,
inspirado por el Espíritu Santo en el día de Pentecostés, Dios nos manda a
arrepentirnos y a bautizarnos “en el nombre de Jesucristo para perdón de los
pecados” (Hechos 2:38), con la promesa de que recibiremos el don del
Espíritu Santo (Hechos 2:38). Luego, al ser libertados del pecado y hechos
siervos de Dios, nos dice en su Palabra que debemos tener como nuestro
"fruto la santificación, y como fin, la vida eterna" (Romanos 6:22).
En el
Nuevo Testamento, especialmente en el libro de los Hechos, se nos muestra que
los hombres y mujeres que fueron añadidos por el Señor a la iglesia, en el
primer siglo de nuestra era cristiana, respondieron de esa manera[4] al mensaje y llamado del
evangelio antes descrito (Hechos 3:19; 22:16; Romanos 6:1-4; Gálatas 3:27;
1 Pedro 3:21).
"Por
lo cual también contiene la Escritura: He aquí, pongo en Sion la principal
piedra del ángulo, escogida, preciosa; Y el que creyere en él, no será
avergonzado. Para vosotros, pues, los que creéis, él es precioso; pero para los
que no creen, la piedra que los edificadores desecharon, ha venido a ser la
cabeza del ángulo" (1 Pedro 2:6,7).
[1] No debemos malinterpretar el rol de las buenas obras en la vida del creyente. Dios nos creó para que andemos en buenas obras y para que lo glorifiquemos mediante ellas. Ahora bien, de acuerdo a Efesios 2: 8-10 y a otros pasajes de las Sagradas Escrituras, descubrimos que somos salvos, no por obras, sino para buenas obras. A menudo, la creencia de que podemos ser salvos por obras conduce al legalismo, es decir, a la creencia de que "merecemos" el cielo o la salvación mediante las cosas buenas que podamos hacer por nuestra propia cuenta. Esa creencia y mentalidad eran características del fariseísmo de la época de Jesús. Por otro lado, rehusarse a hacer la obra de Dios y vivir con la creencia de que uno entrará al cielo sin necesidad de hacer buenas obras equivale a ir por el camino que conduce al infierno. Es por las buenas obras que los hijos de Dios se conocen. Santiago dijo: "muéstrame tu fe sin tus obras, y yo te mostraré mi fe por mis obras" (Santiago 2:18). La fe sin obras es una fe muerta. Ahora bien, si había una obra que se necesitaba hacer para salvarnos, fue Cristo quien la hizo en la Cruz del calvario. Por esta razón él también es llamado nuestro Salvador. Sepamos que no nos salvamos a nosotros mismos, sino que tenemos un único Salvador: Jesucristo.
[2] La Justificación es una declaración legal o forense. Dios nos declara justos por medio de la fe (Rom.5:1).
[3] Los que han recibido el evangelio de Dios son personas que Jesús identifica como pobres en espíritu, en su famoso Sermón del Monte (Mateo 5:3-11). La expresión "pobres en espíritu" no hace referencia meramente a personas de humilde condición económica, material o de pobreza intelectual. Tampoco está hablando de personas tímidas o débiles de carácter y personalidad (tal como las juzga el mundo). Los pobres en espíritu no son personas que carecen de astucia o de ciertas habilidades sociales para alcanzar el éxito en esta vida (como lo estima el mundo). Los pobres en espíritu son los que, al exponerse a la Palabra de verdad, reconocen su urgente necesidad de gracia y misericordia de parte de Dios. Son los que saben que separados de Cristo nada pueden hacer. Son los que reconocen su banca rota espiritual. Los pobres en espíritu vienen humillados a los pies de Jesús. Los pobres en espíritu pueden reconocer la miseria y el vacío espiritual que causa el pecado, por lo cual se lanzan desesperadamente con toda su fe sobre la roca inconmovible de eterna Salvación, Jesucristo nuestra Esperanza. Los pobres en espíritu no se encuentran competiendo con los demás para ser más santos o sabios que ellos, o por tener un mayor liderazgo entre los hermanos, sino que buscan glorificar a Dios por su bondad y su grandeza. Cristo es toda su real riqueza y salvación. De ellos es el reino de los cielos.
[4] Es necesario puntualizar que esta manera de responder al evangelio no consiste en una mera serie de pasos ritualistas o ceremoniales. Basta decir que esa manera de responder al mensaje redentor fue sencillamente la expresión de la verdadera fe mediante la cual los creyentes, desde el primer siglo hasta nuestros días, han recibido la salvación. En ningún caso debemos pensar o suponer que podemos hacer obra alguna como para “merecer o ganarnos” la salvación que solo Dios da por gracia. La Biblia dice que Dios da la salvación por medio de la fe, de acuerdo a Efesios 2:8, y la forma en que esta fe se expresa es suficientemente evidenciada en el Nuevo Testamento.
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