Es nuestra convicción, basada en las Sagradas Escrituras, que el Espíritu Santo interviene en la predicación fiel del evangelio de Jesucristo. La multitud de personas que han sido salvas, a través de la historia, nunca lo fueron por estrategias y palabras persuasivas de humana sabiduría, sino gracias a la obra del Espíritu Santo de Dios en sus vidas mediante la predicación del evangelio.[1] Pablo entendía que la predicación debía ser con demostración del Espíritu y de poder para que la fe de los oyentes no estuviera basada en la sabiduría de los hombres sino en el poder de Dios.[2] El apóstol dijo:
"y ni mi palabra ni mi predicación fue con palabras persuasivas de humana sabiduría, sino con demostración del Espíritu y de poder, para que vuestra fe no esté fundada en la sabiduría de los hombres, sino en el poder de Dios" (1 Corintios 2:4,5).
Hoy debemos pensar de la misma manera que Pablo, con respecto a la predicación del evangelio. Cuando anunciamos el evangelio, tal como ha sido dado y revelado por Dios en las Sagradas Escrituras, debemos confiar en que el Espíritu Santo hará la obra en los corazones de los oyentes. No debemos poner ni un ápice de confianza en que las personas serán convertidas gracias a nuestra habilidad, pericia, elocuencia o erudición. Nuestra esperanza debe estar puesta en que, si se predica el evangelio de una manera bíblica, en el poder del Espíritu Santo, habrán conversiones a Cristo. Esto así, aun sin importar que el obrero a quien Dios use sea el menos diestro o el menos capacitado de todos los santos. Claro, esto no da por sentado que se estudien con tesón y diligencia las Sagradas Escrituras. Pero si Dios está en el asunto esa será la realidad. La Biblia dice:
"Pues mirad, hermanos, vuestra vocación, que no sois muchos sabios según la carne, ni muchos poderosos, ni muchos nobles; sino que lo necio del mundo escogió Dios, para avergonzar a los sabios; y lo débil del mundo escogió Dios, para avergonzar a lo fuerte; y lo vil del mundo y lo menospreciado escogió Dios, y lo que no es, para deshacer lo que es, a fin de que nadie se jacte en su presencia" (1 Corintios 1:26-29).
Siempre debemos recordarnos que no es por nuestros conocimientos y habilidades que las personas serán tocadas y convertidas a Cristo, sino por el poder del Espíritu Santo. Jesús enseñó, claramente, que el Consolador, el Espíritu Santo, es quien convence al mundo "de pecado, de justicia y de juicio".[3] Los créditos en la conversión de las almas nunca han sino nuestros, sino de Dios. Esto no ha cambiado ni cambiará mientras estemos en este mundo. Nada hay dentro del hombre que le haga ver con claridad la gravedad de su pecaminosidad delante de Dios, como sólo el Espíritu Santo lo puede hacer, para moverlo a arrepentimiento. Los predicadores solamente somos los obreros que Dios utiliza para ese maravilloso propósito, según su voluntad.
Cristo refirió que los escribas y fariseos recorrían mar y tierra para hacer un prosélito, al cual, una vez hecho, lo hacían dos veces más hijos del infierno.[4] Ellos desplegaban muchos esfuerzos y habilidades para persuadir y convertir a la gente a su religión, pero el resultado era que, una vez convertida, la alejaban todavía más del reino de los cielos. No solo la distanciaban a través de sus falsas enseñanzas, sino con sus actitudes y modos pecaminosos de proceder. De la misma manera, en esa categoría cae el religioso que pretende hacer adeptos, a su denominación religiosa, amparado en su capacidad intelectual para debatir ciertos temas religiosos (a veces de forma polémica). En la predicación hay que apuntar tanto a la mente como al corazón, con la Biblia abierta, pero con la dirección del Espíritu Santo de Dios.
Como predicadores del evangelio, todo nuestro esfuerzo intelectual en preparar sermones que impacten las vidas de nuestros oyentes no tendrá frutos verdaderos, a menos que contemos con el respaldo del Espíritu. El Espíritu de Dios nos utilizará, en el anuncio del evangelio, si primero tenemos una relación genuina con Cristo; nos usará si llevamos una vida en la que el ayuno, la oración y el estudio asiduo de las Escrituras son nuestros hábitos más preciados y practicados. Un hombre que será usado por el Espíritu Santo en la predicación, también lo será porque su orgullo ha sido hecho añicos por la presencia de Dios en su vida. Y lo será, además, porque su mayor pasión es buscar la gloria de Dios en todo.
La misión de la iglesia de Cristo no es meramente llenar sus templos con multitudes de personas, sino que ellas sean salvas mediante la fe y la obediencia al único poder que puede cambiar sus vidas: el evangelio. Toda labor de la iglesia del Señor, en materia evangelística, no debe limitarse a traer a los hombres al local o edificio de la iglesia. Su propósito debe ser procurar que los hombres entren en Cristo y perseveren en él, al enseñarles la verdad de Dios; pero esto último sucede a través de la obra del Espíritu Santo en sus vidas, cuando se les predica el evangelio con fidelidad.
Tenemos que hacer nuestros mejores esfuerzos por ir a las almas y presentarles a Cristo, pero con una visión apropiada de su evangelio, y dejándonos guiar por el Espíritu Santo, quien indudablemente interviene en la predicación. Así como la Palabra de Dios le dio vida a los huesos secos que estaban en el valle que narró el profeta Ezequiel, (Ezequiel 37:1-14), así hay muchos hombres en este mundo que están muertos en sus delitos y pecados (Efesios 2:1). Pero solo la poderosa Palabra de Dios, mediante la operación del Espíritu Santo en la predicación, les puede dar vida.
Hno. Gerson Rosa
Si deseas conocer más del evangelio, te invito a leer mi otra entrada sobre ¿Qué es el evangelio?.
[1] 1 Corintios 2:4
[2] 1 Corintios 2:5
[3] Juan 16:8
[4] Mateo 23:15
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