Cualquiera sea el pensamiento predominante de la época, la verdad de la justicia de Dios no puede evadirse así como no se puede ocultar el sol con un dedo.
En esta oportunidad, nos limitaremos a compartir algunas verdades bíblicas que debemos conocer acerca de la misma, y luego pasaremos a explicar cómo ella es satisfecha en el evangelio de Cristo, el Hijo de Dios.
La justicia de Dios
La enseñanza de las Sagradas Escrituras es que Dios es justo.[1] Todas sus decisiones y obras son rectas, equitativas, sin prejuicios e imparciales. Todo lo que hace se conforma a su carácter santo, reflejado en cada acto de bondad o misericordia que realiza a nuestro favor. Su justicia significa su rectitud, la plenitud y perfección de su carácter divino, y se manifiesta en el castigo que merece el mal y en su recompensa por el bien.[2] Si no actuara de esa manera no sería Dios, pues hacer justicia explica su naturaleza divina perfecta. Todos sus juicios, mandamientos y caminos son rectos porque él es un Dios Justo y Santo.
La Biblia asevera que Dios, como Juez Justo, no pasará por alto la retribución que amerita el pecado. Esta es una verdad que todos los hombres deberíamos tomar con seriedad. Las Escrituras afirman que vendrá "tribulación y angustia sobre todo ser humano que hace lo malo, el judío primeramente y también el griego, pero gloria y honra y paz a todo el que hace lo bueno, al judío primeramente y también al griego; porque no hay acepción de personas para con Dios". [5] Este versículo es uno de los tantos que deja implícito el carácter justo de Dios. Él honra lo bueno y castiga lo malo.
Si Dios decidiera juzgar en una forma definitiva a todo el mundo, en este mismo instante, muchas personas serían condenadas eternamente por sus pecados, porque él daría a cada quien justamente lo que se merece. Creemos que aún no lo ha hecho de ese modo porque, en su bondad, todavía mantiene abierta la puerta de la gracia para dar salvación a todos los hombres que vengan a su Hijo Cristo. Él es paciente para con nosotros, no queriendo que ninguno perezca sino que todos procedan al arrepentimiento. 2 Pedro 3:9. Solo los que se hallen en Cristo serían salvos porque Dios justifica al que es de la fe de Jesús. Romanos 3:26.
A pesar de la certeza de su juicio venidero sobre toda alma desobediente, hay personas que, tristemente, prefieren ignorar esta realidad y en cambio esconden sus cabezas como el avestruz hasta el día en que ineludiblemente despertarán en ella. Otros llegan al extremo de afirmar que, como Dios es Amor, él no tiene justificación o derechos para castigar; y, en base a este argumento, lo estiman como un ser del cual solo puede venir bondad y no castigo. Pero esa no es la visión correcta que las Sagradas Escrituras presentan de Dios. Ciertamente, la Biblia dice que él es Amor, pero también afirma que él es fuego consumidor.[11]. Dios es tres veces santo y su justicia deberá ser siempre cumplida y nunca pasada por alto.[12] El hecho bíblico de que él es Amor no suprime la otra verdad escritural de que sentenciará justamente la maldad. Los atributos de Amor y Justicia de Dios no se contradicen entre sí. Más adelante, consideramos cómo esto encaja en su plan de redención para la humanidad.
Sin importar cuán grande o pequeño parezca el pecado, éste no deja de ser un acto de injusticia ante los ojos Dios. Es por el pecado que está reservado el día en el cual Dios juzgará con justicia a todos los hombres, conforme a su evangelio. La Biblia dice que todos compareceremos ante el tribunal de Cristo, para recibir según lo que hayamos hecho mientras estuvimos en el cuerpo, sea bueno o sea malo.[7] Esta verdad debería mover al pecador a acudir con urgencia al llamado de arrepentimiento que Dios hace en su Palabra.[8] Para liberarnos del pecado, Dios nos envió a su Hijo Cristo, quién derramó toda su sangre en la Cruz, muriendo en nuestro lugar, y espera que vayamos a él arrepentidos. En el día del juicio final, quienes se hallen en Cristo recibirán amplia y generosa entrada en el cielo, pero los que no, tristemente, sufrirán pena de eterna perdición, como hemos referido.
En el mundo se suele esperar que se aplique justicia sobre quienes hagan daño a personas inocentes. Los hombres buscan reivindicación sobre los males que les afectan. Se espera que los demás teman y se aparten del mal cuando se hace lo que es justo. Y, aunque no es correcto alegrarse por la condenación del malvado, sino más bien mostrar misericordia, es correcto esperar que se haga justicia. La justicia es una de las normas más elevadas para la vida. Los seres humanos tenemos una inclinación especial por reclamarla debido a que fuimos creados a imagen y semejanza de un Dios Justo.
Si en la tierra existen jueces que no dejan de aplicar justicia sobre los actos de corrupción que son debidamente comprobados; mucho menos el Juez de jueces, quien mira a los buenos y a los malos, de acuerdo a Proverbios 15:3, dejará de aplicar su justicia sobre la impiedad. Cuando Dios condena por el pecado, él sencillamente está obrando conforme a su carácter de santidad y justicia perfecta. La Biblia dice que "Jehová es el que hace justicia y derecho a todos los que padecen violencia". Salmos 103:6. También afirma que Dios "de ningún modo tendrá por inocente al malvado; que visita la iniquidad de los padres sobre los hijos y sobre los hijos de los hijos, hasta la tercera y cuarta generación". Exodo 34:7.
Para considerar un ejemplo de la justicia de Dios sobre el pecado, note cómo él trató el caso de la desobediencia de Adán y Eva. Un solo pecado que Adán y Eva cometieron bastó para que fuesen sacados por Dios del maravilloso Huerto del Edén.[13] Dios no evadió aplicar su justicia por la desobediencia a una prohibición[14] que podría parecer sencilla, pero que para él sí era importante que fuera acatada. Algunos podrían pensar que Dios fue muy severo al hacer eso, al tratarse de traspasar la ordenanza de no comer "un simple fruto". Sin embargo, lo que debemos reconocer y comprender aquí es que ese acto de desobediencia era una falta contra el Dios Sempiterno, lo cual no es para nada un asunto menor o pequeño.
La consecuencia de pecar contra Dios, a menudo es más seria que la que nosotros solemos imaginar. Fue por ese único pecado, de Adán y Eva, que sobrevino todo el caos y la maldad que existe en el mundo;[15] pero más allá de eso, aquí el meollo del asunto es que se trata de un pecado cometido contra el Dios Santo. Él merece obediencia perfecta a su voluntad perfecta. Cuando un hombre conoce a Dios y reflexiona honestamente sobre la gravedad y consecuencia de pecar contra él, no sólo terminará preocupándose por ser santo como Dios es Santo, sino por aborrecer el pecado tanto como Dios lo aborrece. Con una visión correcta de Dios ningún pecado nos resultará como algo pequeño o como una cosa ligera que podemos pasar desapercibida. Toda injusticia es pecado. Y si no fuera por su gracia, manifestada en la persona de su Hijo Jesucristo, no tendríamos esperanza.
A luz de la justicia de Dios, un problema común entre los seres humanos es que no solo hemos cometido un solo pecado, lo cual es bastante grave si consideramos el carácter de Dios que venimos explicando, sino que hemos pecado a lo largo de nuestras vidas, y esto acarrea su juicio. En esta condición de pecadores, todos somos deudores de Dios y él nos exige justicia. Pero, ¿cuál es esta justicia que Dios nos pide?.
En el contexto de las Sagradas Escrituras la justicia que Dios espera de nosotros es la de conformarnos perfectamente a su norma divina. Sin embargo, todos los hombres fallamos en ese propósito. A causa de las debilidades de nuestra carne, los hombres no logramos obedecer perfectamente la ley de Dios. Las Escrituras afirman que entre los hombres "no hay justo, ni aun uno". Todos rompimos las reglas de Dios. En otro lugar, la Biblia también dice: "Ciertamente no hay hombre justo en la tierra, que haga el bien y nunca peque". Eclesiastés 7:20. En Romanos 3:23, el apóstol Pablo sentenció: "Por cuanto todos pecaron, están destituidos de la gloria de Dios". En relación a esta falta de sujeción a Dios y a su ley santa, podemos decir lo mismo que dijo el profeta Daniel cuando oró a Dios diciendo: "Hemos pecado, hemos cometido iniquidad, hemos hecho impíamente, y hemos sido rebeldes, y nos hemos apartado de tus mandamientos y de tus ordenanzas". Daniel 9:5. Los hombres caímos muy bajo por causa de nuestras transgresiones. Y, por nuestra propia cuenta, no tenemos con qué saldar la deuda a la justicia de Dios.
En este sentido, bíblicamente hablando, sólo tenemos dos caminos: 1) Sufrir el castigo eterno por nuestras iniquidades ó 2) Acudir a Cristo, quién por amor murió para saldar la deuda de todos nuestros pecados y transgresiones. Lejos de mostrar un cuadro sombrío de Dios y su justicia, en armonía con las Sagradas Escrituras, debemos reconocer la verdad de que Dios dará un pago justo a quienes terminen ignorandole. Aún así, es posible que alguien pregunte: ¿No sería injusto un castigo eterno para quienes no reciban a Cristo? La respuesta es No. Podemos decir que no sobre la base de que Jesucristo, el Justo, así lo afirmó. Y en él no hay en él injusticia. Aunque no nos place hablar de los horrores del infierno sí tenemos que advertir con reverencia a todos acerca de su realidad. Cristo enseñó que el infierno es un lugar preparado para Satanás y sus ángeles, y también como el lugar de la morada final y eterna de quienes que no vivan para la gloria de Dios. Mateo 25:41.
El Dios Sempiterno debe ser eternamente glorificado. De hecho, uno puede afirmar que el peso y la grandeza de su gloria son tan sublimes y abrumadores que el costo de rechazar su evangelio, y de no glorificarle, resultará en la perdición eterna de quienes lo rechacen. Si lo reflexionamos bien, no hay nada más injusto que ignorar al Hacedor y Autor de la vida. No hay nada más ofensivo que negar la gloria al Gran Rey que vive por los siglos de los siglos, por cuya voluntad existen todas las cosas. Cuando uno adquiere una visión bíblica de quién es Dios y de lo que él hecho a nuestro favor, mediante el sacrificio de su santo Hijo, llega a comprender por qué el infierno es un lugar real. La Biblia dice:
El Dios Sempiterno debe ser eternamente glorificado. De hecho, uno puede afirmar que el peso y la grandeza de su gloria son tan sublimes y abrumadores que el costo de rechazar su evangelio, y de no glorificarle, resultará en la perdición eterna de quienes lo rechacen. Si lo reflexionamos bien, no hay nada más injusto que ignorar al Hacedor y Autor de la vida. No hay nada más ofensivo que negar la gloria al Gran Rey que vive por los siglos de los siglos, por cuya voluntad existen todas las cosas. Cuando uno adquiere una visión bíblica de quién es Dios y de lo que él hecho a nuestro favor, mediante el sacrificio de su santo Hijo, llega a comprender por qué el infierno es un lugar real. La Biblia dice:
"...¿Cuánto mayor castigo pensáis que merecerá el que pisoteare al Hijo de Dios, y tuviere por inmunda la sangre del pacto en la cual fue santificado, e hiciere afrenta al Espíritu de gracia?". Hebreos 10:29.
¿Cómo se satisface la justicia de Dios?
Ante todo lo expuesto hasta aquí, y en base al tópico que nos ocupa, la pregunta clave es ¿cómo puede la justicia de Dios ser satisfecha y cómo puede Dios perdonar a hombres pecadores, sin él dejar de ser Justo? Esta pregunta plantea uno de los más grandes dilemas que encontramos en las Sagradas Escrituras. Si Dios no tolera el pecado, entonces, como Juez Justo, debe aplicar el castigo en completa coherencia con su justicia perfecta. Esto venimos diciendo. Pero si el hombre pecador no tiene nada qué ofrecer por su pecado, ya que sus mejores obras no son más que trapos de inmundicia, Isaías 64:6, entonces, ¿cómo es que Dios lo podrá perdonar, sin a la vez traspasar su principio de justicia?
La respuesta a esta pregunta se encuentra en Jesucristo y en su evangelio. Pues, en su amor, para poder perdonar nuestros pecados, Dios satisfizo su justicia aplicando sobre Cristo el castigo que todos nosotros merecíamos por nuestras culpas. Dios sacrificó a su propio Hijo Cristo para que nosotros fuésemos hechos justicia de Dios en él. Cristo, el Justo, murió por amor para salvar a los injustos. Es por esta razón que todo el que aún no está en Cristo está bajo condenación. Las siguientes palabras del apóstol Pablo resumen exactamente lo que queremos expresar:
Ante todo lo expuesto hasta aquí, y en base al tópico que nos ocupa, la pregunta clave es ¿cómo puede la justicia de Dios ser satisfecha y cómo puede Dios perdonar a hombres pecadores, sin él dejar de ser Justo? Esta pregunta plantea uno de los más grandes dilemas que encontramos en las Sagradas Escrituras. Si Dios no tolera el pecado, entonces, como Juez Justo, debe aplicar el castigo en completa coherencia con su justicia perfecta. Esto venimos diciendo. Pero si el hombre pecador no tiene nada qué ofrecer por su pecado, ya que sus mejores obras no son más que trapos de inmundicia, Isaías 64:6, entonces, ¿cómo es que Dios lo podrá perdonar, sin a la vez traspasar su principio de justicia?
La respuesta a esta pregunta se encuentra en Jesucristo y en su evangelio. Pues, en su amor, para poder perdonar nuestros pecados, Dios satisfizo su justicia aplicando sobre Cristo el castigo que todos nosotros merecíamos por nuestras culpas. Dios sacrificó a su propio Hijo Cristo para que nosotros fuésemos hechos justicia de Dios en él. Cristo, el Justo, murió por amor para salvar a los injustos. Es por esta razón que todo el que aún no está en Cristo está bajo condenación. Las siguientes palabras del apóstol Pablo resumen exactamente lo que queremos expresar:
"Al que no conoció pecado, por nosotros lo hizo pecado, para que nosotros fuésemos hechos justicia de Dios en él". 2 Corintios 5:21.
Cristo murió, fue sepultado y resucitó al tercer día para que nuestros pecados fueran perdonados por su sangre, a fin de que la justicia de Dios fuera reivindicada a causa de que antes, en su paciencia, él había pasado por alto los pecados pasados, con la mira de manifestar en este tiempo su justifica mediante la fe en el Señor Jesús. Romanos 3:25,26. Es en este sentido que el evangelio de nuestro Señor Jesucristo satisface la justicia de Dios. No merecíamos tanta gracia, no merecíamos tanto amor, pero Dios nos amó tanto que dio a su propio Hijo Jesús para venir a salvarnos.
Cuando Dios mira lo que hizo su Hijo en la Cruz por los pecadores y nos ve a nosotros estando en él por la fe, entonces tenemos paz para con Dios. Por tanto, es menester que creamos en Cristo, que nos arrepintamos y nos bauticemos para perdón de los pecados, como lo dice la Biblia, en respuesta a este evangelio santo en el cual la justicia de Dios se satisface para nuestra justificación y, como resultado, para nuestra santificación.
Hno. Gerson Rosa
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