viernes, 5 de junio de 2020

El corazón de la predicación: el evangelio

JESUCRISTO es el corazón mismo del evangelio y de su predicación. El apóstol Pedro afirmó que no hay otro nombre bajo el cielo, dado a los hombres, en que podamos ser salvos.[1] El Señor Jesús dijo: "Yo soy el camino, y la verdad, y la vida, y que nadie viene al Padre, sino por mí".[2] Estas verdades dejan claro que no existen otros caminos, medios o atajos para llegar a Dios, sólo uno: Cristo, Cristo y Cristo. En este orden, no es acertado llamar predicación del evangelio a la proclamación de un mensaje que no tenga a Cristo como centro.

Todo mensaje, charla, exposición o enseñanza de las Escrituras debería tener a Cristo como su eje central.[3] De lo contrario, solo se estaría aportando un moralismo insalvable. Un sermón de las Escrituras en el que Cristo esté ausente no ofrecerá a los pecadores una oportunidad adecuada para conocer al Salvador. Un sermón sin Cristo es como una oración sin fe, como un cuerpo sin espíritu, cómo címbalo que retiñe. También es comparable a una religión sin vida, sin presencia de Dios, sin el Espíritu Santo y sin esperanza de resurrección.

Para que la gente venga al conocimiento de la verdad y sea salva de sus pecados, toda nuestra enseñanza debería estar rendida al mensaje de la Cruz de Cristo. Algunas charlas o conferencias podrían ser útiles para animar a las personas a cumplir con ciertos deberes religiosos y sociales, pero solo la enseñanza que presenta el evangelio en forma adecuada será la eficaz para ayudarles a conocer al único que les puede librar de los abismos de sus pecados: Cristo Jesús.

Cuando Cristo es bíblicamente anunciado, en la predicación expositiva de la Palabra de Dios, los verdaderos creyentes resultan bien nutridos con la verdad y los amigos bien advertidos de su condición espiritual. La predicación Cristocéntrica, aquella que se centra en Cristo y en su evangelio, es la que fortalece más a la iglesia y la que toca los corazones de los perdidos. Es la predicación caracterizada por exponer fielmente las Escrituras. Ella es la que verdaderamente exalta la gloria de Dios, edifica a su pueblo y hace tambalear las puertas del infierno. Siempre hay mucho que aprender y cavar en el campo de la predicación expositiva, pero su finalidad es presentar fielmente lo que el Espíritu Santo inspiró y quedó plasmado en la Biblia. 

No obstante, aunque no todos los sermones tengan que ser explicaciones detalladas del evangelio, al menos en cada uno de ellos Cristo no debería estar ausente. El predicador debe ser sabio en estas cosas. Toda prédica o sermón, sin importar la temática bíblica que enfatice, debe estar dominado por una pasión de exponer el mensaje de la Cruz de Cristo. Sería una grande bendición si los predicadores de hoy expusiéramos la Palabra de Dios con una pasión tan grande que alcance su clímax en la presentación fiel del evangelio de Jesucristo.

Cuando estudiamos cuidadosamente las epístolas del apóstol Pablo, descubrimos que cada una de ellas es como una extensión del evangelio. Pablo desarrollaba sus epístolas teniendo como núcleo la verdad del evangelio. Si lo analizamos bien, notaremos que aún cada libro de la Biblia, de manera directa o indirecta, nos llevan hacia el mensaje de la redención en Cristo. La Biblia, a lo largo de sus escritos, tiene que ver con la persona de Dios, con su bendición por la obediencia y con su juicio por la desobediencia, pero muy especialmente con el sacrificio de su Hijo para redimir a la humanidad pecadora. Tanto el Antiguo como el Nuevo Testamento apuntan hacia Cristo y a su obra de redención. Lo mismo debería suceder en cada sermón que prediquemos hoy: deben girar en torno a las inescrutables verdades del evangelio de la gracia de Dios.

Cada sermón nuestro debería llevar a las personas hacia Cristo. Ése es el principal trabajo nuestro como predicadores, hacer que las gentes pongan su vista en Cristo, no en nosotros. Ya sea que hablemos de temas bíblicos como el amor, la santidad, la paz, la fe, el arrepentimiento, el bautismo, el gozo, el cielo, la salvación o de cualquier otro tópico de las Escrituras, debemos ser idóneos en buscar la manera de comunicar apropiadamente el poderoso evangelio a través de ellos, de una manera comprensible. Si no se es más eficiente en estas cosas, quizás se deba a la falta de oración, de devoción a Dios y de estudio de las Sagradas Escrituras.  

Tenemos que ser bastante enfáticos con todo lo que tiene que ver con la centralidad de Cristo en la predicación porque, ciertamente, cuando Cristo y su evangelio no son el centro en la enseñanza y en la vida de la iglesia, entonces lo que gana terreno es el legalismo y el moralismo, cosas que los creyentes verdaderos deben saber diferenciar bien, del evangelio, para tener una fe sana. En 1 Corintios 2: 1-2, Pablo dijo:

"Así que, hermanos, cuando fui a vosotros para anunciaros el testimonio de Dios, no fui con excelencia de palabras o de sabiduría. Pues me propuse no saber entre vosotros cosa alguna sino a Jesucristo, y a éste crucificado".

Pidamos a Dios en oración que nos utilice, en el poder de su Espíritu Santo, para predicar de tal manera que la gente pueda ver a Cristo y ser atraída por él.

Hno. Gerson Rosa 



[1] Hechos 4:12
[2] Juan 14:6
[3] 1 Corintios 2:2

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