jueves, 30 de junio de 2022

La voluntad de Dios (2/3)

El hacer tu voluntad, Dios mío, me ha agradado, y tu ley está en medio de mi corazón (Salmos 40:8).

Doce (12) verdades bíblicas relacionadas con la voluntad de Dios

En las Sagradas Escrituras, la voluntad de Dios está expresada en una variedad de formas que podemos identificar. A continuación, abordamos un grupo de doce (12) verdades bíblicas relacionadas con ella, que no deberíamos pasar por alto en nuestro estudio de quién es Dios.

1. La voluntad de Dios, la de Jesucristo y la del Espíritu Santo no se contradicen.

La voluntad de Dios, la de Jesucristo y la del Espíritu Santo no se contradicen. Las Escrituras nos muestran que la voluntad de ellos está en perfecta armonía. La voluntad del Espíritu no desdice la de Cristo y la de Cristo no contradice la del Padre. Su voluntad está perfectamente unida en los mismos planes y propósitos. Note esta realidad en el siguiente pasaje bíblico:

"Y de igual manera el Espíritu nos ayuda en nuestra debilidad; pues qué hemos de pedir como conviene, no lo sabemos, pero el Espíritu mismo intercede por nosotros con gemidos indecibles. Mas el que escudriña los corazones sabe cuál es la intención del Espíritu, porque conforme a la voluntad de Dios intercede por los santos" (Romanos 8:26, 27).

En el caso de Cristo, la concordancia de su voluntad con la del Padre no solo se ve reflejada desde su posición en la eternidad (Génesis 1:26) sino también en su ministerio terrenal. Estando en la condición de Dios-hombre, Jesucristo se sujetó totalmente a la voluntad de Dios. Él la cumplió a cabalidad en todo cuanto dijo e hizo. Considere esta afirmación que hizo: “No puedo yo hacer nada por mí mismo; según oigo, así juzgo; y mi juicio es justo, porque no busco mi voluntad, sino la voluntad del que me envió, la del Padre” (Juan 5:30).

Una y otra vez Jesucristo afirmó que había venido a este mundo para hacer la voluntad del que le envió. Él dijo: "Porque he descendido del cielo, no para hacer mi voluntad, sino la voluntad del que me envió" (Juan 6:38). Aún en momentos antes de su crucifixión, teniendo la potestad de desistir de la Cruz, Jesús declaró: “Padre, si quieres, pasa de mí esta copa; pero no se haga mi voluntad, sino la tuya” (Lucas 22:42).

En lo que respecta a nosotros, Jesucristo debe ser nuestra mayor motivación y modelo por excelencia para sujetar nuestra voluntad a la de Dios. Debemos emular su ejemplo y determinación de hacer la voluntad del Padre ya sea en tiempos de gozo o de aflicción, en tiempos de abundancia o de escasez. Sea cuál sea nuestra situación haremos bien en sujetarnos a la voluntad de Dios con una pasión y disposición similar a la de Cristo. Ojalá que siempre podamos decir como Jesús: “El hacer tu voluntad, Dios mío, me ha agradado, y tu ley está en medio de mi corazón” (Salmos 40:8).

¿Estamos también haciendo lo mismo que Cristo? ¿Realmente estamos sujetando nuestra voluntad a la del Padre en cada circunstancia de nuestra vida? Es importante que nos respondamos con toda sinceridad estas preguntas.

2. Todas las cosas fueron creadas y existen por la voluntad de Dios.

La Biblia enseña que todas las cosas fueron creadas y existen por la voluntad de Dios. Mientras unos aún tratan de descubrir la causa que dio origen al universo, el testimonio de las Escrituras es claro al respecto. Considere estas cuatro afirmaciones bíblicas que declaran la verdad de que todo lo que hay existe gracias a la voluntad de Dios:

1. “Por la fe entendemos haber sido constituido el universo por la palabra de Dios, de modo que lo que se ve fue hecho de lo que no se veía” (Hebreos 11:3).
2. “Porque él dijo, y fue hecho; él mandó, y existió” (Salmos 33:9).
3. “Todas las cosas por él fueron hechas, y sin él nada de lo que ha sido hecho, fue hecho” (Juan 1:3).
4. “Señor, digno eres de recibir la gloria y la honra y el poder; porque tú creaste todas las cosas, y por tu voluntad existen y fueron creadas" (Apocalipsis 4:11).

Dios es el Creador del universo y quién también lo sostiene. Es por causa de él que el universo se mantiene en movimiento constante y se expande, y no por el llamado Big Bang. Dios es el que "sustenta todas las cosas con la palabra de su poder” (Hebreos 1:3). Él es quién está detrás de todas las leyes físicas que operan y rigen en el universo. Es por su voluntad que el sol, la luna, las estrellas, los planetas y todos los demás astros se mantienen en el lugar y en el orden que es debido.

Si Dios retirara su gracia de la creación, todo, absolutamente todo terminaría en un caos devastador porque toda ella depende de Dios. Si tras cada salida y puesta del sol observamos que las cosas de la creación se conservan en su lugar y operan a nuestro favor, es por la gracia de Dios, quien en su soberana voluntad sustenta todas las cosas con la palabra de su poder.

3. La voluntad de Dios es buena, agradable y perfecta.

El apóstol Pablo exhortó: “No os conforméis a este siglo, sino transformaos por medio de la renovación de vuestro entendimiento, para que comprobéis cuál sea la buena voluntad de Dios, agradable y perfecta” (Romanos 12:2).

La voluntad de Dios es buena, agradable y perfecta. El motivo principal por el cual esto es así se debe a que Él es Santo. De él nunca saldrá nada malo, injusto o corruptible. Dios siempre será una fuente de verdadero amor, perdón, libertad, gozo, pureza, paz, justicia y toda bendición. Todo lo que Dios hace es justo y bueno, está acorde con su carácter y naturaleza y en perfecta armonía con quién es él.

Podemos comprobar cuán buena, agradable y perfecta es esta voluntad de Dios en la medida en que nuestras mentes son más y más transformadas por su Palabra. Cuando recibimos la Palabra de Dios con fe, el Espíritu Santo va renovando nuestro entendimiento de modo que nos va sumergiendo en un océano de bendiciones espirituales que Dios en su santa voluntad ha preparado para nosotros en Cristo. Al conocer, saborear y experimentar esas bendiciones, exclamamos como el salmista: “Bendice, alma mía, a Jehová, y bendiga todo mi ser su santo nombre. Bendice, alma mía, a Jehová, y no olvides ninguno de sus beneficios” (Salmos 103:1,2), “Porque mejor es tu misericordia que la vida; mis labios te alabarán” (Salmos 63:3).

En esta buena, perfecta y agradable voluntad de Dios son inmensas las riquezas y bendiciones presentes y eternas que tenemos en Cristo. Pablo daba gracias a Dios y oraba para que los hermanos en Éfeso pudieran tener una visión más amplia de las bendiciones que, en su buena voluntad, Dios ha dispuesto en Cristo para sus escogidos. Por ejemplo, él les escribió: "No ceso de dar gracias por vosotros, haciendo memoria de vosotros en mis oraciones, para que el Dios de nuestro Señor Jesucristo, el Padre de gloria, os dé espíritu de sabiduría y de revelación en el conocimiento de él, alumbrando los ojos de vuestro entendimiento, para que sepáis cuál es la esperanza a que él os ha llamado, y cuáles las riquezas de la gloria de su herencia en los santos, y cuál la supereminente grandeza de su poder para con nosotros los que creemos, según la operación del poder de su fuerza la cual operó en Cristo, resucitándole de los muertos y sentándole a su diestra en los lugares celestiales" (Efesios 1:16-20).

¿Has comprobado en tu vida lo buena, agradable y perfecta que es la voluntad de Dios? ¿Te has dado cuenta de que todas las bendiciones y misericordias que disfrutas en tu vida son gracias a esa buena voluntad? "¿O menosprecias las riquezas de su benignidad, paciencia y longanimidad, ignorando que su benignidad te guía al arrepentimiento?" (Romanos 2:4). Al comprobar lo buena que es la voluntad de Dios, te das cuenta por qué debemos dar gloria sin fin a Dios.

4. Los hijos de Dios son engendrados por su voluntad.

El apóstol Juan declaró: “Mas a todos los que le recibieron, a los que creen en su nombre, les dio potestad de ser hechos hijos de Dios; los cuales no son engendrados de sangre, ni de voluntad de carne, ni de voluntad de varón, sino de Dios” (Juan 1:12,13).

Somos convertidos en hijos de Dios por la voluntad de Dios. Por nuestra propia cuenta o capacidad no tenemos el poder de hacernos sus hijos. Solo Dios tiene el poder divino de implantar en nosotros una nueva vida de naturaleza espiritual y libertarnos de la esclavitud del pecado por medio de Cristo (Juan 3:5), con la intervención de su voluntad. Esto ocurre cuando nacemos de nuevo. Pero, ¿qué es nacer de nuevo?

Nacer de nuevo no es volver al vientre de nuestra madre para nacer otra vez (como lo preguntó Nicodemo a nuestro Señor Jesucristo en Juan 3:4). Sabemos que humanamente hablando eso es imposible. Jesús se refirió a un nacer "del agua y del Espíritu" (Juan 3:3), el cual vamos a tratar de explicar comparando el nacimiento físico con el espiritual.

Considere esta comparación: para sacar a un bebé del vientre de su madre es necesaria la intervención de los médicos o de una persona que tenga los conocimientos para ello (como los de una partera por ejemplo). Está claro que todo esto ocurre gracias a Dios. Ahora bien, en el caso del nuevo nacimiento, para un hombre o una mujer volver a nacer, ya no en un sentido físico sino en un sentido espiritual, es necesario que Dios lo resucite con su poder de un estado de muerte espiritual que le ha producido el pecado (Efesios 2:1; Romanos 6:23). De acuerdo a las Sagradas Escrituras, esta clase de resurrección espiritual, que también conocemos como segundo nacimiento o regeneración, es la que tiene lugar en el momento en que somos bautizados en Cristo (Colosenses 2:12).

En el bautismo que ordenó Cristo es donde participamos de su muerte, sepultura y resurrección (Romanos 6:1-4); somos revestidos de Cristo (Gálatas 3:26,27) y nuestros pecados son perdonados en él (Hechos 2:38; Tito 3:5). Todas estas bendiciones espirituales las recibimos por la voluntad de Dios cuando respondemos en fe y obediencia al mensaje del evangelio. Esto se demuestra con bastante frecuencia en las Sagradas Escrituras.

En su buena voluntad, Dios envió a su Hijo Cristo, el cual vivió una vida santa, murió por los pecados de la humanidad, fue resucitado, ascendió al cielo y ahora intercede por nosotros. Dios ahora espera que los hombres tengan fe en él, que se arrepientan de sus pecados, que confiesen a Jesús como su Señor y Salvador y se bauticen para perdón de pecados (Hechos 3:19; 22:16; Romanos 6:1-4; Gálatas 3:27; 1 Pedro 3:21). Es así cómo Dios salva a las personas.

Cabe señalar que en ese proceso de la salvación hay una responsabilidad divina y una humana. Esto se deja entrever en pasajes como éste: “El que cree en mí, como dice la Escritura, de su interior correrán ríos de agua viva. Esto dijo del Espíritu que habían de recibir los que creyesen en él; pues aún no había venido el Espíritu Santo, porque Jesús no había sido aún glorificado” (Juan 7:38,39). Claramente, a nosotros nos corresponde creer en Cristo conforme a su Palabra y Dios obrará en nuestros corazones.

Es importante señalar que quién ha nacido de nuevo ya no debe vivir para sí sino para Dios. Jesús lo dijo de esta manera: “El viento sopla de donde quiere, y oyes su sonido; mas ni sabes de dónde viene, ni a dónde va; así es todo aquel que es nacido del Espíritu” (Juan 3:8).En otras palabras, quien ha nacido de nuevo ha de ser gobernado por la voluntad de Dios. "De modo que si alguno está en Cristo, nueva criatura es; las cosas viejas pasaron; he aquí todas son hechas nuevas" (2 Corintios 5:17).

5. Dios oye las oraciones de los que le temen y hacen su voluntad.

Dios responde de manera especial las oraciones de los que le temen y hacen su voluntad. La Biblia dice que Jesús, en su condición de Hijo, fue oído por Dios "a causa de su temor reverente” (Hebreos 5:7). Pedro dijo que "los ojos del Señor están sobre los justos, y sus oídos atentos a sus oraciones; pero el rostro del Señor está contra aquellos que hacen el mal" (1 3:12). El ciego de nacimiento reconocía bien ésta verdad. Al ser cuestionado por los judíos acerca de la obra de sanidad que realizó Jesús en su vida, él respondió: “Y sabemos que Dios no oye a los pecadores; pero si alguno es temeroso de Dios, y hace su voluntad, a ese oye” (Juan 9:31).

Pero, ¿por qué Dios contesta las oraciones de los que le temen y hacen su voluntad? Sin lugar a dudas es porque ellos piden conforme a la voluntad de Dios (1 Juan 5:14). Pedir conforme a la voluntad de Dios significa pedir según lo que le agrada y promueve su gloria. Significa pedir conforme a lo que Dios quiere, es decir, para que su nombre sea glorificado, por el avance de su reino, por más santidad y consagración, por más conocimiento de las Sagradas Escrituras, por más amor al prójimo, por más humildad, por más victorias espirituales, entre otros propósitos espirituales.

En cuanto a nuestras necesidades físicas y materiales, Dios está presto a escucharnos y respondernos. Él espera que le pidamos por propósitos de salud; propósitos familiares y matrimoniales; de trabajos y por necesidades económicas; por planes y proyectos de nuestras vidas y para ser librados de circunstancias adversas. El escritor del libro a los Hebreos exhortó: "Acerquémonos, pues, confiadamente al trono de la gracia, para alcanzar misericordia y hallar gracia para el oportuno socorro" (Hebreos 4:16).

Pero si uno pide para satisfacer deleites pecaminosos, Dios no se complace de esa petición. Si pedimos cosas pensando en consentir deseos de nuestra carne y no los que son del Espíritu, por más que pidamos no vamos a recibir. Santiago dijo que muchos piden y no reciben porque piden mal, para gastar en sus deleites (Santiago 4:3). Dios no contesta positivamente a peticiones que tienen que ver con intereses egoístas. Dios contesta peticiones que tienen que ver con su reino y con lo que conviene para llevar una vida piadosa.

En el Antiguo Testamento se hace un relato triste acerca de una petición no complacida. Es acerca del rey Saúl. En el AT aprendemos que Dios rechazó una petición de Saúl a causa de su desobediencia con respecto al mandato de no dejar nada de los amalecitas. Pues en lugar de obedecer el mandamiento de Dios, Saúl tomó parte de las posesiones materiales de los amalecitas y las escondió. Por medio del profeta Samuel, Dios le hizo reconocer a Saúl el error de su proceder, pero las consecuencias de su desobediencia fueron desastrosas: Dios lo desechó. El resto de la historia puede encontrarse en 1 Samuel capítulo 15.

Todo esto nos enseña que el hombre y la mujer de Dios deben mantenerse temiendo a Dios y haciendo su voluntad por encima de todas las cosas. Pues es a los que le temen y hacen su voluntad que Dios oye.

6. La voluntad de Dios a veces incluye el padecimiento de los creyentes.

A pesar de nuestros esfuerzos por hacer la voluntad de Dios en este mundo, debemos entender que ésta voluntad a veces incluye el sufrimiento en este mundo. El apóstol Pedro advirtió que los sufrimientos por la causa de Cristo no debieran ser extraños para los creyentes (1 Pedro 4:12).

Como creyentes, nuestras vidas están llenas de muchas bendiciones, promesas y goces indescriptibles,[1] pero estas cosas no excluyen la posibilidad de que Dios permita que pasemos por ciertos padecimientos. Dios permite que padezcamos, unas veces para probar nuestra fe; otras veces para hacernos más fuertes y dependientes de él y otras veces como una consecuencia directa o indirecta de alguna acción pecaminosa que hayamos cometido. Sin embargo, todo lo que Dios permite que suceda en nuestras vidas, incluyendo los sufrimientos, él finalmente los encaminará para sus propósitos gloriosos y eternos. Todo creyente debe reconocer esta verdad. Nada pasa en nuestras vidas sin que Dios lo sepa o lo permita. Dios es soberano sobre nosotros, tanto en nuestras alegrías como en nuestras tristezas.

Está claro que Dios no se agrada cuando sufrimos a consecuencias de algún pecado que cometamos, pero sí cuando, de ser necesario, tenemos que padecer mientras hacemos el bien. Esto fue lo que comunicó por medio de Pedro a los expatriados de la dispersión en el Ponto, Galacia, Capadocia, Asia y Bitinia, con estas palabras: “Pues ¿qué gloria es, si pecando sois abofeteados, y lo soportáis? Mas si haciendo lo bueno sufrís, y lo soportáis, esto ciertamente es aprobado delante de Dios” (1 Pedro 2:20).

El apóstol Pedro estaba consciente de que los padecimientos de los creyentes eran realidades que tenían lugar en las vidas de los hermanos en todo el mundo (1 Pedro 5:9). Él afirmó: "Sed sobrios, y velad; porque vuestro adversario el diablo, como león rugiente, anda alrededor buscando a quien devorar; al cual resistid firmes en la fe, sabiendo que los mismos padecimientos se van cumpliendo en vuestros hermanos en todo el mundo" (1 Pedro 5:8,9). “De modo que los que padecen según la voluntad de Dios, encomienden sus almas al fiel Creador, y hagan el bien” (1 Pedro 4:19).

En un sentido más amplio, tanto el sufrimiento del creyente como el del incrédulo son una consecuencia de la caída de Adán y Eva. Desde que Adán y Eva pecaron todos hemos padecido, sin importar nuestra condición, las secuelas del pecado de ellos. Obviamente, no quiere decir que si intencionalmente decidimos hacer lo malo ante los ojos de Dios, y sufrimos, esto se trate de una consecuencia directa del pecado de Adán y Eva. Pues el profeta Ezequiel advirtió: “El alma que pecare, esa morirá; el hijo no llevará el pecado del padre, ni el padre llevará el pecado del hijo; la justicia del justo será sobre él, y la impiedad del impío será sobre él” (Ezequiel 18:20).

Finalmente, todo el sufrimiento del creyente acabará el día en que Cristo transforme el cuerpo de su humillación y lo haga semejante al de la gloria suya (Filipenses 3:21). Entre tanto ese día llega, vivamos con el ánimo y la esperanza que tenía el apóstol Pablo, quien dijo: “Pues tengo por cierto que las aflicciones del tiempo presente no son comparables con la gloria venidera que en nosotros ha de manifestarse” (Romanos 8:18).

[1] El hecho de ser cristianos no nos coloca al margen de los padecimientos. Aunque somos librados por la soberanía de Dios de muchos de los males que acontecen en este mundo, a la vez las Escrituras nos dicen que “Es necesario que a través de muchas tribulaciones entremos en el reino de Dios” (Hechos 14:22). Esto no quiere decir que Dios quiere que suframos sino que, puesto que vivimos en un mundo donde mora el pecado, tendremos que batallar contra los deseos de nuestra carne (1 Pedro 2:11) y los retos que plantea el estado pecaminoso de este mundo hasta nuestra entrada victoriosa en el reino de los cielos con cuerpos glorificados.

Hno. Gerson Rosa

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