jueves, 30 de junio de 2022

El Dios de la Biblia: Su revelación

"Y esta es la vida eterna: que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y a Jesucristo, a quien has enviado" (Juan 17:3).

 “No se alabe el sabio en su sabiduría, ni en su valentía se alabe el valiente, ni el rico se alabe en sus riquezas. Mas alábese en esto el que se hubiere de alabar: en entenderme y conocerme, que yo soy Jehová, que hago misericordia, juicio y justicia en la tierra; porque estas cosas quiero, dice Jehová”(Jeremías 9:23,24).

El Dios que nos presenta la Biblia, el Dios Todopoderoso que hizo los cielos y la tierra (Génesis 1:1), no solo anhela que lo conozcamos sino que, en su inmenso amor, gracia y sabiduría a Él le plació revelarse a nosotros.

De acuerdo con el testimonio bíblico, esta revelación que Él ha hecho de Sí, la ha realizado por medio de Su creación (Salmos 19:1,3); por medio de Su Palabra escrita, la Biblia (Juan 5:39) y por medio de Su amado Hijo, nuestro Señor y Salvador Jesucristo (1 Timoteo 3:16).

No obstante, en lo que respecta a nuestra posibilidad de conocerlo y a qué tanto lo podemos llegar a conocer, es necesario advertir por lo menos las siguientes tres verdades:

1. Dios no puede ser conocido de la misma manera en la que intentamos conocer un fenómeno, máquina u objeto. Dios es diferente a todo lo creado. Él no puede ser estudiado y conocido como se estudian y conocen las partículas en un laboratorio. A Él simplemente no se le puede aplicar el método científico con estos fines, pues Su misma Palabra asevera que Él es "Espíritu" (Juan 4:24). Y si bien se requiere una respuesta humana a su revelación,[1] es Él mismo quien toma la iniciativa para que lo conozcamos.

2. No es posible obtener un conocimiento absoluto de Dios. El motivo de esto es comprensible: Dios es infinito mientras que nuestras mentes, como seres creados, son finitas. De modo que solo llegamos a conocer a Dios en la medida que Él se nos ha revelado. Simplemente no nos es posible conocer absolutamente a Dios (Romanos 11:34).

3. Existen cosas secretas de Dios que nunca llegaremos a saber. Estas "cosas secretas" se tratan de asuntos que Dios mismo “puso en su sola potestad” (Hechos 1:7). Su Palabra declara que “las cosas secretas pertenecen a Jehová nuestro Dios; mas las reveladas son para nosotros y para nuestros hijos para siempre” (Deuteronomio 29:29). De manera que bien podríamos llegar a conocer grandes misterios del universo, a medida que la ciencia avanza, pero no alcanzar un conocimiento total del Dios que la Biblia nos presenta.

Pero a pesar de estas limitaciones que tenemos de alcanzar un conocimiento exhaustivo de Dios, una buena noticia es que lo que Él decidió revelarnos acerca de Sí y de su voluntad es suficiente para saber cómo recibir la salvación que Él nos da por gracia en Cristo (Efesios 2:8), cómo tener una dulce y maravillosa comunión de amor con Él y cómo agradarlo por quien es Él.

I. Medios por los cuales Dios se nos ha revelado

Debido a la fundamental importancia que tiene el hecho de conocer y reflexionar en los medios por los cuales el Dios de la Biblia se nos ha revelado, es propicio que pasemos a explicarlos en esta sección, aunque sea de manera breve.

1. Por medio de su creación

Primero, Dios se nos reveló por medio de Su creación. Esta forma de revelación es la que se conoce como revelación general.

Todas las cosas que Dios hizo: el sol, la luna y las estrellas; las plantas y los animales; los hombres y las mujeres; todos nos hablan de Él como Creador inteligente. La Escritura testifica que "Los cielos cuentan la gloria de Dios, y el firmamento anuncia la obra de sus manos. Un día emite palabra a otro día, y una noche a otra noche declara sabiduría" (Salmos 19:1,2). Todas las cosas creadas nos hablan de Dios.

Dios no se dejó a sí mismo sin testimonio (Hechos 14:17) sino que Él puso su sello en todo cuanto hizo para que nosotros lo reconociéramos, lo glorificáramos y lo sirviéramos. La Biblia afirma que "Las cosas invisibles de él, su eterno poder y deidad, se hacen claramente visibles desde la creación del mundo, siendo entendidas por medio de las cosas hechas” (Romanos 1:20).

El mensaje que la creación contiene y nos envía acerca de Dios como Creador es tan claro y asombroso que no tenemos ninguna excusa para desconocerlo o ignorarlo.

2. Por medio de su Palabra escrita, La Biblia

En segundo lugar, Dios se nos reveló por medio de Su Palabra escrita, la Biblia. Esta clase de revelación es conocida como revelación especial.[2]

En la Biblia, Dios nos da a conocer su naturaleza, carácter, voluntad, nombres, atributos, su poderoso mensaje y las maneras en las cuales Él ha obrado y se ha manifestado a los hombres en las distintas edades de la historia. Las Sagradas Escrituras revelan la mente de Dios y su voluntad para nosotros.

Dios espera que nos acerquemos al contenido sagrado de su Palabra con una actitud humilde, reverente y sincera porque Él “atiende al humilde, mas al altivo mira de lejos” (Salmos 138:6). También espera y manda que la pongamos por obra y la obedezcamos con toda diligencia. Asimismo, que la enseñemos a otros con todo denuedo para que vengan al conocimiento de Él y de su voluntad.

Siendo usado por el Espíritu Santo, el apóstol Pablo aseveró que "Toda la Escritura es inspirada por Dios, y útil para enseñar, para redargüir, para corregir, para instruir en justicia, a fin de que el hombre de Dios sea perfecto, enteramente preparado para toda buena obra" (2 Timoteo 3:16,17). Esta poderosa declaración acerca de las Escrituras nos comunica que es a través de ellas que Dios nos equipa y prepara con todo lo necesario para la vida piadosa que lo glorifica.

3. Por medio de su Hijo Jesucristo

En tercer lugar, además de su revelación en la creación y en su Palabra escrita, el Dios de la Biblia se reveló y espera ser conocido a través de Jesucristo su Hijo.

Jesucristo es la mayor y más clara revelación de quién es Dios. El escritor a los Hebreos testifica que Jesucristo es el resplandor de la gloria de Dios y la imagen misma de su sustancia (Hebreos 1:3).

En realidad, no llegamos a conocer a Dios meramente por nuestras solas facultades o capacidades intelectuales sino gracias a su inmensa gracia, manifestada a nosotros en la persona y obra de nuestro Señor y Salvador Jesucristo (Juan 1:17), en quién debemos creer para tener vida eterna (Juan 3:16). Nadie en absoluto puede llegar a conocer verdaderamente a Dios el Padre sin primero creer en su unigénito Hijo Jesucristo.

Felipe, un discípulo que estuvo ansioso por conocer al Padre, dijo a Jesús: “Señor, muéstranos el Padre, y nos basta” (Juan 14:8). La respuesta contundente de Jesús fue: "¿Tanto tiempo hace que estoy con vosotros, y no me has conocido, Felipe? El que me ha visto a mí, ha visto al Padre; ¿cómo, pues, dices tú: muéstranos el Padre?" (Juan 14:9).

Esto que comunicó Jesús a Felipe es lo mismo que también necesita saber y reconocer todo aquel que anhela conocer a Dios hoy: Jesucristo es Dios, el que lo ve a Él ve también al Padre.

En otro lugar de las Escrituras, el Señor Jesús declaró: "Todas las cosas me fueron entregadas por mi Padre; y nadie conoce al Hijo, sino el Padre, ni al Padre conoce alguno, sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo lo quiera revelar" (Mateo 11:27).

En armonía con estas palabras, no cabe duda de que es gracias a nuestro Señor Jesucristo que llegamos al conocimiento de Dios el Padre. Juan el apóstol lo dijo de esta manera: "Pero sabemos que el Hijo de Dios ha venido, y nos ha dado entendimiento para conocer al que es verdadero y estamos en el verdadero, en su Hijo Jesucristo. Este es el verdadero Dios, y la vida eterna" (1 Juan 5:20).

Si no es por medio de Jesucristo ningún ser humano puede ser salvo ni llegar a Dios. Esta enseñanza bíblica separa al cristianismo de todas las religiones del mundo. Nadie jamás, sino sólo Jesús afirmó con autoridad: “Yo soy el camino, y la verdad, y la vida; nadie viene al Padre, sino por mí” (Juan 14:6).

Sin Cristo simplemente no hay camino que conduzca al Dios de los cielos, no hay verdad que pueda libertar ni vida abundante que disfrutar. El hombre y la mujer de fe sólo han de llegar a la presencia de Dios solo por medio de Jesucristo. La Biblia dice: "Porque hay un solo Dios, y un solo mediador entre Dios y los hombres, Jesucristo hombre" (1 Timoteo 2:5). Sin una fe genuina en este Jesucristo que señala la Escritura es imposible ver y conocer a Dios.

II. Exhortación para los que conocen a Dios

Independientemente del grado o nivel de conocimiento que alcancemos de Dios, gracias a su revelación, debemos tener cuidado de nosotros mismos y de la doctrina (1 Timoteo 4:16), a fin de no sucumbir a las tentaciones del maligno.[3]

La realidad es que cada día vamos a ser tentados de múltiples maneras por la serpiente antigua (Apocalipsis 12:9), quien buscará debilitar y destruir nuestra hermosa relación con Cristo, al buscar atraernos hacia el pecado y a la desobediencia. Satanás tratará de hacer esto cuanto más él sabe que conocemos a Dios. Así que, estando persuadidos de esto, no debemos descuidar el hábito diario de la oración, el estudio y meditación continua de las Sagradas Escrituras y la práctica de otras disciplinas espirituales como el ayuno.

Cada día debemos vestirnos con la armadura de Dios, para al final de cada día estar firmes (ver Efesios 6:1-10).

La Biblia nos hace notar que no es suficiente conocer a Dios para evitar del todo las derrotas espirituales. A través de las experiencias de varios de sus personajes, la Biblia nos muestra que conocer a Dios simplemente no nos inmuniza contra las tentaciones o contra la posibilidad de caer en el pecado.

A continuación, considere sólo dos casos de personajes bíblicos, tanto del Antiguo como del Nuevo Testamento, que nos hacen reflexionar y nos advierten acerca del cuidado que debemos tener de nosotros mismos:

1. En el Nuevo Testamento, el caso del apóstol Pedro

El apóstol Pedro fue un hombre a quien la identidad de Jesucristo no le fue revelada por carne ni sangre sino por el mismo Padre que está en los cielos (Mateo 16:17). Sin embargo, a pesar de esto y de haber caminado un tiempo con Jesús, él lo negó tres veces en distintas ocasiones (Mateo 26:34). Pero, ¿por qué lo hizo?

Al analizar las Sagradas Escrituras nos damos cuenta que, en un momento de debilidad, Pedro cedió a la tentación de negar a Jesús debido a un exceso de confianza en sí mismo. Él luego se arrepintió de todo corazón por haberlo negado (Lucas 22:62). Sin embargo, debe quedarnos claro que él fue tentado y tristemente cayó a pesar del conocimiento que tenía acerca del Dios encarnado con el cual había caminado. Esta experiencia también nos debe servir de advertencia a nosotros hoy.

2. En el Antiguo Testamento, el caso de Moisés

Moisés fue un hombre que tuvo el privilegio de hablar cara a cara con Dios (Éxodo 33:11-13). Él era un siervo manso y humilde que conocía a su Señor y caminaba en su presencia. Sin embargo, al ser provocado por el sediento y exigente pueblo de Israel en el desierto, él traspasó el mandamiento que Jehová le había dado de hablar a la peña de la cual brotaría agua para el pueblo (Números 20:8). Pues en lugar de hablarle a la peña, Moisés decidió golpearla (Números 20:8); y esa roca era Cristo (1 Corintios 10:4).

Luego de esta experiencia, Moisés prosiguió honrando a Dios. Él no lo abandonó ni se fue en pos de los dioses falsos. Él continuó haciendo la voluntad del Gran Yo Soy (Éxodo 3:14), a pesar de la reprensión que recibió por su desobediencia (Números 20:12). Sin embargo, la consecuencia de haber deshonrado la palabra que Dios le había dado fue inevitable: no le fue permitido entrar a la tierra de Canaán sino solo mirarla desde lejos (Deuteronomio 32:51, 52).

*Una importante lección:

Por las Escrituras sabemos que Moisés fue enterrado por Dios mismo en un lugar que nadie conoce hasta hoy (Deuteronomio 34:5,6). En cuanto a Pedro, sabemos que se arrepintió de todo corazón de su falta (Lucas 22:62) e incluso escribió a los hermanos expatriados de la dispersión (1 Pedro 1:1) mostrando gran crecimiento y madurez espiritual.

Sin embargo, es importante señalar que las experiencias por las que ambos pasaron nos comunican esta importante lección: por más cerca que sintamos estar de Dios o de que lo conozcamos no debemos confiar en la carne (Filipenses 3:3) ni caminar por el terreno de la autosuficiencia. Debemos tener cuidado de cómo andamos delante de Dios.

Conocer cada vez más al Dios de la Biblia solo debe llevarnos a depender más de Él, a sujetarnos a su Palabra en todo momento y a aprender a ser mansos y humildes de corazón como Cristo (Mateo 11:29).

En su gracia y misericordia, Dios usa maneras y permite circunstancias en nuestras vidas para guiarnos a depender más de Él, aún sin importar cuanto lo conozcamos. A este respecto, Pablo tenía en cuenta lo siguiente: "Y para que la grandeza de las revelaciones no me exaltase desmedidamente, me fue dado un aguijón en mi carne, un mensajero de Satanás que me abofetee, para que no me enaltezca sobremanera" (2 Corintios 12:7).

Gerson Rosa


[1] Revelación: es el acto mediante el cual Dios se da a conocer o se manifiesta al hombre. Significa "correr el velo", "descubrir" o "revelar".

[2] La revelación especial también incluye los sueños y las visiones que Dios reveló y, de manera muy especial, incluye a su Hijo Jesucristo.

[3] El conocimiento de Dios nos ayudará enormemente a evitar caer en los abismos del pecado y de la ignorancia, pero esa realidad no nos eximirá de nuestro deber de resistir al diablo (Santiago 4:7) y de luchar contra sus huestes espirituales de maldad (Efesios 6:12).

Nombres de Dios

"Dijo Moisés a Dios: He aquí que llego yo a los hijos de Israel, y les digo: El Dios de vuestros padres me ha enviado a vosotros. Si ellos me preguntaren: ¿Cuál es su nombre?, ¿qué les responderé? Y respondió Dios a Moisés: YO SOY EL QUE SOY. Y dijo: Así dirás a los hijos de Israel: YO SOY me envió a vosotros" (Éxodo 3:13,14).

 Desde tiempos antiguos, los hebreos han tenido criterios muy particulares para asignar nombres a las personas. Para ellos los nombres no eran simples títulos de distinción de las personas sino expresiones que comunican verdades sobre su carácter o naturaleza.     

Por ejemplo, el nombre de Abraham significa “Padre de muchas gentes o de multitudes”; el de Eva, “madre de vivientes”; el de Bernabé, “hijo de consolación”; el de Daniel, “Dios es mi Juez”, y así por el estilo.

Lo mismo ocurre con los nombres[1] de Dios que encontramos en la Biblia: cada uno de ellos nos revela algo acerca de su carácter o naturaleza.

En las versiones castellanas de la Biblia, las palabras hebreas denominadas El, Eloah y Elohim son las que aparecen traducidas con el nombre de Dios. Los hebreos las utilizaron con mucha frecuencia para designar el nombre de Dios. A continuación, se ofrece una breve descripción de éstos y otros vocablos usados para Dios.

I. Nombres más comunes de Dios

1. El

El es una de las palabras más antiguas para referirse a Dios. Este nombre generalmente está relacionado con la verdad de que Dios es Uno, Fuerte y Poderoso. En el salmo 19:1, el rey David lo empleó cuando dijo: “Los cielos cuentan la gloria de Dios (El), y el firmamento anuncia la obra de sus manos”. Por otra parte, el vocablo El no solamente fue de uso exclusivo para denominar al Dios de la Biblia. Pues en la antigüedad también se empleó para traducir el nombre de una pluralidad de dioses paganos. Por este motivo, en las Escrituras, muchas veces el vocablo aparece acompañado de algún otro atributo[2] de Dios que lo permite distinguir de los dioses falsos. Por ejemplo, títulos como "Dios Eterno", "Dios Santo" y "Dios Omnipotente" hacen referencia al Dios verdadero, a la vez que comunican cualidades divinas de él que lo diferencian de cualquier dios o ídolo inventado o imaginado por los hombres. Comúnmente, en las Sagradas Escrituras, cuando encontramos nombres de personas o lugares terminados en El, significa que algo acerca de Dios se está comunicando. Este es el caso con nombres bíblicos como los de “Samuel” (que quiere decir "escuchado por Dios"); el de “Betel” (que significa “casa de Dios”) y muchos otros. La palabra El aparece unas 208 veces en las Sagradas Escrituras.

2. Eloah

Eloah es una palabra aramea, hallada especialmente en el Pentateuco.[3] Este vocablo también se utiliza para traducir el nombre de Dios. Probablemente, comunica los mismos significados que el vocablo El, referido anteriormente. Sin embargo, la palabra Eloah también ha sido entendida como la forma singular de la palabra Elohim cuya traducción y significado abordamos más adelante. El patriarca Job utilizó el vocablo Eloah cuando dijo las siguientes palabras: “Porque ¿cuál es la esperanza del impío, por mucho que hubiere robado, cuando Dios (Eloah) le quitare la vida?" (Job 27:8). Eloah aparece unas 56 veces en el Antiguo Testamento, de las cuales 41 veces aparece en el libro de Job.

3. Elohim

La palabra Elohim se menciona por primera vez en Génesis 1:1, donde Moisés declaró: “En el principio creó Dios (Elohim) los cielos y la tierra”. Elohim comunica la verdad de que Dios es Todopoderoso o Dios sobre todos los dioses. Estudiosos de los nombres de Dios afirman que Elohim es, probablemente, la forma plural de Eloah y el vocablo que más se repite en las Escrituras para referirse a Dios. Además, un aspecto que los eruditos bíblicos hacen notar con respecto a este vocablo es que, dependiendo del contexto en el cual se utilice, puede hacer referencia a ángeles, dioses, reyes o a jueces. Asimismo, existen dos interpretaciones importantes que se discuten sobre el vocablo Elohim. La primera, muy conocida, consiste en que en su forma plural, Elohim expresa la pluralidad de las personas de la Deidad,[4] es decir, Dios el Padre, Cristo el Hijo, y el Espíritu Santo. La otra interpretación tiene que ver con la afirmación de que Elohim hace alusión a la grandeza de Dios, a lo extraordinario que Él es, a su exclusividad como único Dios verdadero. No obstante, cualquiera de las dos interpretaciones que se asuman igual expresa la verdad acerca de Dios. Elohim aparece unas 2570 veces en las Escrituras.

 4. Señor

La palabra Señor proviene de los vocablos hebreos Adon y Adonai. Por su parte, el nombre Adon comunica la idea de señorío y posesión mientras que el de Adonai expresa la verdad de que Dios es Señor sobre su creación. En el idioma griego, los vocablos para Señor son Kyrios o Despótes. En la Septuaginta,[5] la palabra Kyrios se empleó para traducir el nombre hebreo de Jehová y en el Nuevo Testamento para hacer referencia a Dios como Señor. La palabra Despótes es empleada en un sentido positivo tanto en la Septuaginta como en el Nuevo Testamento y denota que Dios es Señor y dueño de todo lo creado. Para un análisis de esta palabra, considere pasajes bíblicos tales como: Hechos 4:24; 2 Timoteo 2:21 y Apocalipsis 6:10.

5. Jehová

El nombre Jehová procede de la palabra hebrea Yahweh. Este nombre es el más usado en el Antiguo Testamento para referirse a Dios. Jehová es un título para Dios que indica que él es uno, eterno e inmutable. En el idioma hebreo se escribe con las cuatro consonantes Yhvh, y se cree que se pronuncia de esta manera: Yavé. Sin embargo, aunque no se conoce su pronunciación exacta, se le han colocado las vocales e, o a, quedando el nombre como Jehová. Dichas vocales fueron colocadas en virtud de que, en su gran mayoría, el Antiguo Pacto se escribió en un hebreo antiguo en el cual no se utilizaban vocales. Los hebreos sentían tanto respeto por Yahweh que preferían no pronunciarlo sino llamarlo por nombres tales como los de Adonai, Shadday, entre otros. Con esto buscaban cuidarse de no pronunciar el nombre de Dios en vano, en respuesta al tercer mandamiento del decálogo.[6]

II. Nombres compuestos de Yahweh (Jehová)

Los nombres compuestos de Jehová frecuentan a lo largo de todo el Antiguo Testamento, con excepción del libro de Esther.[7] Muchos de estos nombres fueron dados por hombres que experimentaron en sus vidas la intervención divina de Dios en distintas circunstancias que les rodearon.     A continuación, basándonos en textos de las Sagradas Escrituras, referimos algunos de esos nombres con los cuales el Dios que revela la Biblia se dio a conocer.

a. Yahweh-Jireth

Yahweh-Jireth significa Jehová Proveerá. Es un nombre dado a Dios por su amigo Abraham. En Génesis capítulo 22 se registra que Dios pidió a Abraham que le diera en sacrificio a su único hijo Isaac. Abraham, por su parte, respondió obedientemente a esta petición. Sin embargo, antes de Abraham degollar a su hijo para llevar a cabo el sacrificio, el ángel de Jehová le dijo: “No extiendas tu mano sobre el muchacho, ni le hagas nada; porque ya conozco que temes a Dios, por cuanto no me rehusaste tu hijo, tu único” (Génesis 22:12). Tras estas palabras, la Biblia dice que Abraham alzó "sus ojos y miró, y he aquí a sus espaldas un carnero trabado en un zarzal por sus cuernos; y fue Abraham y tomó el carnero, y lo ofreció en holocausto en lugar de su hijo. Y llamó Abraham el nombre de aquel lugar, Jehová proveerá” (Génesis 22:14). Al meditar en esta experiencia, es interesante saber que así como Dios proveyó un cordero para librar la vida de Isaac en el sacrificio que ordenó a Abraham, así el mismo Dios nos proveyó a Jesucristo, quien murió en la Cruz del calvario en nuestro lugar para salvarnos de nuestros pecados y de la condenación eterna. Hoy Jesús continúa siendo ese cordero de Dios que quita el pecado del mundo (Juan 1:29). Todo aquel que viene a él en genuino arrepentimiento y fe es salvo de todas sus transgresiones.

b. Yahweh-Rapha

Yahweh-Rapha significa Jehová tu Sanador. Este nombre aparece registrado en Éxodo 15:26, donde Jehová exhortó a los israelitas: “Si oyeres atentamente la voz de Jehová tu Dios, e hicieres lo recto delante de sus ojos, y dieres oído a sus mandamientos, y guardares todos sus estatutos, ninguna enfermedad de las que envié a los egipcios te enviaré a ti; porque yo soy Jehová tu sanador”. Dios es el que sana a su pueblo tanto del cuerpo como del alma. En el Nuevo Testamento vemos que estando Dios encarnado en la persona de su Hijo Jesucristo, Él sanó de manera extraordinaria a muchos entre el pueblo, tanto del cuerpo como del alma. Hoy, en su soberana voluntad, la mano de Dios no se ha cortado para sanar. Conforme a su voluntad y misericordia, Él es poderoso para obrar salud tanto física como espiritual en nuestras vidas si le pedimos con fe, no dudando nada. Pues para Dios nada es imposible (Lucas 1:37). Dios no ha dejado de ser nuestro Sanador. Podemos acudir siempre a él, en plena certidumbre de fe, para recibir según su soberana voluntad en nuestras vidas.

c.  Yahweh-Sabaoth

Yahweh-Sabaoth significa Jehová de los Ejércitos. Comunica la idea de que Dios es el Dios de las hordas o huestes celestiales. Hace referencia a Dios como el guerrero que obtiene las victorias en las batallas de su pueblo. También comunica que Jehová es el que gobierna sobre los ángeles, sobre el reino de los hombres, sobre los cielos y la tierra, y sobre el cosmos.[8] El profeta Isaías, al hablar sobre el juicio y redención de Jerusalén, refirió el nombre de Jehová de los Ejércitos cuando dijo estas palabras: “Por tanto, dice el Señor, Jehová de los ejércitos, el Fuerte de Israel: Ea, tomaré satisfacción de mis enemigos, me vengaré de mis adversarios” (Isaías 1:24). El nombre Yahweh-Sabaoth también indica que Dios es el que reina sobre todo lo creado, arriba en los cielos y abajo en la tierra. Y esta es una de las poderosas razones por la cual nosotros podemos confiar plenamente en que Dios tiene todo bajo control. A la nación de Israel le fue dicho: “Porque tu marido es tu Hacedor; Jehová de los ejércitos es su nombre” (Isaías 54:5).

d. Yahweh-Elyon

Yahweh-Elyon significa Jehová el Altísimo. Este nombre comunica la verdad de que Dios es soberano y está por encima de toda su creación. Nos habla de su majestad y señorío absoluto. Nos dice que solo Dios debe ser exaltado por toda la creación. La Biblia declara: “Porque tú, Jehová, eres excelso sobre toda la tierra; eres muy exaltado sobre todos los dioses” (Salmo 97:9); “Porque Jehová el Altísimo es temible; Rey grande sobre toda la tierra” (Salmo 47:2); El nombre Yahweh-Elyon también fue pronunciado por Melquisedec, en su encuentro con Abraham, cuando él declaró: “Bendito sea Abram del Dios Altísimo, creador de los cielos y de la tierra” (Génesis 14:19). Este nombre indica claramente que el Dios Altísimo está por encima de todos nosotros. No existe autoridad más alta que Dios, ni arriba en los cielos ni abajo en la tierra. Él está sobre todos.

e. Yahweh-Roih

Yahweh-Roih significa el Señor es mi Pastor. Este nombre revela que Dios, como Pastor, es quien ama, cuida, alimenta, guía, bendice y defiende a sus ovejas, es decir, a sus hijos. El nombre Yahweh-Roih aparece en el famoso Salmo 23:1, donde el rey David expresó: “Jehová es mi pastor; nada me faltará”. David conocía muy bien la labor de pastor, pues él mismo tenía experiencia como pastor de ovejas. Sin embargo, en dicho salmo, él se coloca a sí mismo como una oveja bajo el cuidado de Dios, a quien correctamente identifica como su Pastor. En el Nuevo Testamento, nuestro Señor y Salvador Jesucristo también es llamado Pastor. Cuando Él estuvo en esta tierra, siendo verdaderamente Dios y verdaderamente Hombre, se identificó ante sus discípulos como el buen Pastor, el cual dio su vida por nosotros (Juan 10:11). Hoy, todos los creyentes en Cristo tenemos el privilegio de tener y llamar a Jesús como nuestro buen Pastor. Él nos amó de tal manera que dio su vida en la Cruz en nuestro lugar y resucitó al tercer día para salvarnos de nuestros pecados. Él es el Pastor y Obispo de nuestras almas (1 Pedro 2:25), Él es el "príncipe de los pastores" (1 Pedro 5:4).

f. Yahweh-Tsidkenu

Yahweh-Tsidkenu significa el Señor es nuestra Justicia. El profeta Jeremías se refirió a este nombre cuando dijo: “En aquellos días Judá será salvo, y Jerusalén habitará segura, y se le llamará: Jehová, justicia nuestra” (Jeremías 33:16). El nombre Yahweh-Tsidkenu señala que Dios es la justicia de su pueblo. Envía el mensaje de que siempre debemos esperar de Dios lo que es justo y recto porque Él es absolutamente Justo por naturaleza. En varios pasajes del Nuevo Testamento, también nuestro Señor Jesucristo es identificado como nuestra justicia. Por ejemplo, en 1 Corintios 1:30, se nos dice: "…por él estáis vosotros en Cristo Jesús, el cual nos ha sido hecho por Dios sabiduría, justificación, santificación y redención". En 2 Corintios 5:21, acerca del mismo Jesucristo, se nos declara que "Al que no conoció pecado, por nosotros lo hizo pecado, para que nosotros fuésemos hechos justicia de Dios en él" (2 Corintios 5:21). La biblia nos muestra claramente que Jesucristo vivió una vida de perfecta santidad, amor, rectitud y obediencia a Dios. Nos enseña que a través de la muerte y resurrección de nuestro Señor Jesucristo nosotros somos justificados por medio de la fe en Él (Romanos 5:1). Para entrar a la presencia del Dios que es Santo y Justo se requiere perfección moral absoluta en todos nuestros pensamientos y obras, algo que es imposible para nosotros los hombres a causa de nuestras debilidades al estar en un cuerpo de carne. Es por ello que solo vestidos de la justicia de Cristo podemos entrar a la presencia de Dios. El creyente sincero que entiende y acepta esta verdad bíblica alcanza una correcta visión del cristianismo. Quien alcanza un correcto entendimiento de la doctrina de la justificación en Cristo sirve y obedece a Dios con gozo porque sabe que ha sido justificado "gratuitamente por Su gracia, mediante la redención que es en Cristo Jesús" (Romanos 3:24).

g. Yahweh-Shalom

Yahweh-Shalom significa Jehová es nuestra Paz. Este nombre fue dado a Dios por Gedeón en un contexto donde la nación de Israel, por haber hecho lo malo ante los ojos de Jehová, estaba siendo atacada por los madianitas. Yahweh-Shalom comunica la idea de que Dios es la fuente de nuestra paz e implica que podemos tener total confianza y seguridad en Dios, sin importar las circunstancias en las que estemos. Por medio de su Ángel, Dios había enviado a Gedeón a salvar a su pueblo de manos de sus enemigos. Sin embargo, Gedeón tuvo temor sobre si saldría vencedor o no en la batalla contra los madianitas. Pero Dios le consoló, le dio paz y seguridad con estas palabras: “Paz a ti; no tengas temor, no morirás” (Jueces 6:23). Tras recibir esta consolación, la Escritura declara que entonces Gedeón edificó un altar a Jehová, y lo llamó "Jehová-salom” (Jueces 6:24), que quiere decir Dios es nuestra paz. Hoy en día los creyentes no deberíamos temer a las presiones y huestes de maldad que nos amenazan y asedian cada día. No debemos temer a los que nos puedan hacer los enemigos de la cruz de Cristo en este mundo. El motivo es poderoso: Dios es nuestra paz.

h. Yahweh-Qadesh

Yahweh-Qadesh significa el Señor que santifica. Este nombre aparece registrado en Levítico 20:8, que dice: “Guardad mis estatutos, y ponedlos por obra. Yo Jehová que os santifico”. El nombre Yahweh-Qadesh expresa la idea de que Dios es el que separa para sí mismo a su pueblo, es decir, lo santifica. Por ejemplo, Él había separado para sí a la nación de Israel de entre todos los pueblos de la tierra para que le fuera un pueblo santo y especial. El Yahweh-Qadesh nos llama a vivir para sus propósitos santos (Mateo 4:10). Y debido a que Él es Santo debemos permanecer separados de todas las prácticas, hábitos y costumbres pecaminosas de este mundo. Los creyentes en Cristo nunca debemos perder de vista que, aunque estemos en este mundo, no somos de este mundo (Juan 17:16). Hemos sido separados y purificados por Dios, por medio de Cristo, y ahora el Espíritu Santo obra en nuestros corazones para que vivamos de tal manera que tengamos como fruto la santificación y como fin la vida eterna (Romanos 6:22). Este es el sentido de ser santo. Aunque la palabra hebrea qadosh, que es la que se traduce como “santo”, significa básicamente ser separado para Dios, es preciso señalar que ésta también comunica un sentido de pureza y limpieza.

i. Yahweh-Nissi

Yahweh-Nissi significa el Señor es mi estandarte y/ó El Señor es mi bandera. Este nombre fue dado a Dios por su siervo Moisés en la victoria que obtuvo Israel en la batalla con Amalec, en Refidim.  En esta batalla, cuando Moisés alzaba su mano, Israel prevalecía. Pero cuando él la bajaba, entonces prevalecía Amalec (Éxodo 17:11). Como Israel terminó venciendo a Amalec, entonces Moisés edificó un altar y llamó a Jehová con el nombre de “Jehová-nisi” (Éxodo 17:15), que traducido es “El Señor es mi Estandarte”. De igual manera, para nuestro consuelo y fortaleza, Dios es nuestro estandarte como iglesia. Gracias a Él, podemos vencer a las huestes espirituales de maldad que pretenden destruirnos porque tenemos a Dios como nuestro estandarte. La Biblia dice: “¿Qué, pues, diremos a esto? Si Dios es por nosotros, ¿quién contra nosotros?” (Romanos 8:31).

j. Yahweh-Sama

Yahweh-Sama significa Dios está aquí o presente. Este nombre es mencionado en Ezequiel 48:35, que dice: “En derredor tendrá dieciocho mil cañas. Y el nombre de la ciudad desde aquel día será Jehová-sama”. En este pasaje el profeta Ezequiel estaba haciendo alusión a la restauración del pueblo de Israel, nación en la cual Dios estaría presente. Apocalipsis 21:3, también nos comunica la misma verdad con respecto a esta morada de Dios con su pueblo, con estas palabras: “Y oí una gran voz del cielo que decía: He aquí el tabernáculo de Dios con los hombres, y él morará con ellos; y ellos serán su pueblo, y Dios mismo estará con ellos como su Dios”. En un sentido especial, Dios está presente en nosotros los creyentes por medio de Cristo y por el ministerio del Espíritu Santo en nuestras vidas. Mientras esperamos el día en el cual hemos de recibir cuerpos glorificados, Dios está realmente presente en nosotros. No estamos solos. Los creyentes que quedemos hasta la venida de Cristo, tenemos la promesa de que seremos arrebatados juntamente con los que murieron en Cristo “para recibir al Señor en el aire, y así estaremos siempre con el Señor” (1 Tesalonicenses 4:17).

k. El Olam

El Olam significa Dios Eterno. Este nombre comunica la verdad de que Dios es Eterno. Él no tiene principio ni fin de días. Él no tiene una causa que le diera origen. Él es la causa misma de la existencia. El Salmo 90:2, lo asevera así: “Antes que naciesen los montes y formases la tierra y el mundo, desde el siglo y hasta el siglo, tú eres Dios”. La Biblia dice que Abraham, después de haber hecho pacto con Abimelec en Beerseba, plantó en ese lugar un árbol tamarisco e invocó allí el nombre de Jehová Dios eterno (Génesis 21:33). La verdad de que Dios es eterno es anunciada en las Sagradas Escrituras con mucha frecuencia. La realidad de su eternidad nos debe motivar siempre a no aferrarnos a nada material en este mundo sino a El Olam Dios eterno. Así que vivamos el presente a luz de la eternidad del Dios que es Eterno.

l. El Roi

El Roi significa el Dios que me ve. Este nombre fue dado a Dios por Agar, la sierva de Sarai y Abraham. En el capítulo 16 del libro de Génesis se nos relata que Sarai, esposa de Abraham, decía que su esclava Agar la miraba con desprecio. De acuerdo con este relato bíblico, era por ese motivo que Sarai afligía a Agar mientras esta se encontraba embarazada de Abraham (con previo consentimiento de su misma esposa Sarai). Agar, como no podía soportar la aflicción de su señora, huyó de su presencia y fue a parar junto a una fuente de agua en el desierto. Sin embargo, el Ángel de Jehová la encontró y le dijo que volviera sumisa a su Señora. Le declaró, además, que su hijo se llamaría Ismael y que Jehová multiplicaría su descendencia y que su aflicción había sido escuchada. Luego de esas palabras consoladoras para Agar, la Biblia registra que ella llamó el nombre de Jehová de esta manera: “Tú eres Dios que ve” (Génesis 16:13).

m. El-Gibhor

El-Gibhor significa Dios Fuerte.  Isaías 9:6 declara: “Porque un niño nos es nacido, hijo nos es dado, y el principado sobre su hombro; y se llamará su nombre Admirable, Consejero, Dios Fuerte, Padre Eterno, Príncipe de Paz” (Isaías 9:6).[9] El nombre de El-Gibhor comunica la idea de que el poder de Dios es invencible. Nos habla del  Dios  "fuerte, grande y temible” (Nehemías 1:5), y que  todo lo puede. Los creyentes estamos llamados a fortalecernos en el Dios Fuerte y en el poder de su fuerza (Efesios 6:10). Siempre debemos ir hacia Él porque Él es la fuente de nuestra fortaleza.  Dios es el que "da esfuerzo al cansado, y multiplica las fuerzas al que no tiene ningunas” (Isaías 40: 29).

Gerson Rosa


[1] Los nombres de Dios, revelados tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento, nos enseñan mucho acerca del carácter y naturaleza de Dios. Los creyentes, comúnmente, nos referimos al Creador con nombres tales como Dios, Jehová y Señor, pero la Biblia también utiliza otros nombres compuestos de él que nos comunican más acerca de su ser, poder y obras. Por ejemplo, los nombres "Dios es tu Sanador", "Dios Proveerá", "Dios es mi Pastor", "Dios Omnipotente", "Dios es mi Justicia", el "Dios que me ve" y otros, que  se consideran en este capítulo, son nombres compuestos de Dios que enriquecen nuestro entendimiento de Él, a la vez que nos hablan de su ser extraordinario y de sus obras.

[2] Atributo: es una cualidad divina de Dios. Por ejemplo, cuando la Biblia dice que Dios es Amor, Santo, Justo, Fiel, Inmutable, entre otros, está haciendo referencia a sus atributos divinos.

[3] La palabra pentateuco significa "cinco rollos". Viene del griego pénte (cinco) y teuchos (rollos). Se refiere a los cinco primeros libros del Antiguo Testamento (Génesis, Éxodo, Levítico, Números y Deuteronomio).

[4] La Deidad es una palabra bíblica que puede ser usada para hacer referencia a Dios el Padre, Cristo el Hijo, y al Espíritu Santo como tres que son uno. Aunque el término “Trinidad” comunica la misma verdad que enseñan las Escrituras acerca de Dios como Uno, se prefiere utilizar la palabra “Deidad” por ser esta la palabra que aparece en las Sagradas Escrituras para la divinidad.

[5] La Septuaginta es la traducción del Antiguo Testamento del idioma hebreo al griego.

[6] Decálogo: Los diez mandamientos.

[7] El libro de Esther es el único de las Sagradas Escrituras en el cual el nombre de Dios o Jehová no aparece. No obstante, es reconocido como un libro inspirado por Dios, que forma parte del canon bíblico.

[8] Cosmos: proviene de un vocablo griego que significa la totalidad de las cosas creadas.

[9] Esta es una de las profecías del Antiguo Testamento que apunta a Jesucristo como Dios. 

La voluntad de Dios (1/3)

"No todo el que me dice: Señor, Señor, entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos" (Mateo 7: 21).

Dios es un ser supremo que posee voluntad.[1] Él no es una especie de fuerza impersonal misteriosa o alguna forma de energía cósmica que impulsa todas las cosas al azar. Dios es un ser personal y él hace todas las cosas según el designio de su propia voluntad (Efesios 1:11), la cual es buena agradable y perfecta (Romanos 12:2).

El concepto "voluntad de Dios" es bastante general en la Biblia y puede ser entendido de múltiples maneras. Por esta razón, y para alcanzar un entendimiento más específico del mismo, conviene explicarlo al menos en estas tres categorías: 1) voluntad de propósito, 2) voluntad de deseo y 3) voluntad de mandato.

1) Voluntad de propósito

La voluntad de propósito[2] significa que Dios lleva a cabo todo lo que se propone hacer y lo hace a su tiempo y a su manera, de acuerdo a su plan eterno.

Por ejemplo, Dios se propuso crear los cielos y la tierra y así lo hizo (Génesis 1:1); se propuso destruir al mundo impío de los días de Noé mediante un diluvio y así lo cumplió (2 Pedro 3:6); se propuso sacar a la nación de Israel de la esclavitud de Egipto, guiarla por el desierto e introducirla en la tierra de Canaán y así lo hizo (Deuteronomio 5:15); se propuso bendecir a todas las familias de la tierra por medio de la simiente de Abraham y así lo ha hecho y lo hace en Cristo (Génesis 22:18); se propuso dar leyes a su pueblo y enviarles profetas para que escuchen su voz y así lo hizo una realidad (Gálatas 3:19; 2 Crónicas 24:19); se propuso enviar a su Hijo Jesucristo a este mundo a morir en la Cruz para rescatar a la humanidad pecadora y así fue hecho (Juan 3:16; 1 Timoteo 1:15); se propuso establecer la iglesia de Cristo en el día de Pentecostés (Hechos cap. 2) y así por la Biblia sabemos que lo llevó a cabo.

La voluntad de propósito de Dios no es conocida de manera anticipada por el hombre a menos que Dios mismo la revele, y estos aspectos antes mencionados él ya nos lo reveló en su Palabra.

2) Voluntad de deseo

La voluntad de deseo de Dios significa que Él tiene deseos de que ciertas cosas sucedan o de que no sucedan. Dentro de lo que él no desea que suceda, podemos mencionar: 1) No desea que el hombre peque (Salmos 4:4); 2) No desea la muerte del impío (Ezequiel 33:11) y 3) No desea la perdición eterna del ser humano (2 Pedro 3:9). Dentro de las cosas que él sí desea que sucedan, podemos señalar: 1) Él quiere que todos los hombres sean salvos y que vengan al conocimiento de la verdad (1 Timoteo 2:4), 2) Él quiere que lo conozcamos (Jeremías 9:24) 3) Él quiere que todos procedan al arrepentimiento (2 Pedro 3:9) 4) Él quiere que obremos según el querer y el hacer que él mismo pone en nosotros según su buena voluntad (Filipenses 2:13; Santiago 4:15), 5) Él quiere que hagamos todas las cosas con amor y para su gloria (1 Corintios 16:14; 1 Corintios 10:31).

En su buena voluntad, Dios siempre ha tenido deseos de salvarnos y bendecirnos para nuestro bien y para su gloria. Por ejemplo, el solo hecho de que nos envió a su Hijo Jesucristo a este mundo, a morir por nuestros pecados en la Cruz, para nuestra redención, justificación y santificación (1 Corintios 1:30), es la evidencia más poderosa y contundente de los anhelos de Dios por salvarnos y bendecirnos. Él nos dio a su Hijo Cristo como autor de eterna salvación (Hebreos 1:1,2; 5:9), tanto para salvarnos de nuestros pecados como para alabanza de la gloria de su gracia (Efesios 1:6).

Pero, como es sabido, tristemente el hombre no siempre se sujeta a los deseos de Dios. Por esta razón, los deseos que Dios tiene de que el hombre no peque no siempre se ven satisfechos (y es por esta causa que viene el justo juicio de Dios sobre todo ser humano). No obstante, el hecho de que el hombre no siempre se sujeta a los deseos de Dios no significa que exista alguna imperfección en Dios o en su voluntad. La verdad es que, en su soberana voluntad, Dios permite (no que necesariamente aprueba) que ciertos hechos sucedan o no sucedan en su creación con el propósito de mostrar y exaltar su gloria en su tiempo y a su manera.

Por encima de la voluntad humana, Dios honrará todo cuanto ha dicho y prometido en su Palabra, ya sea para bendición o para justa condenación. Claramente, las Sagradas Escrituras enseñan que Dios bendice la obediencia en Cristo, pero también condena el pecado y la desobediencia a su voluntad en cualquier forma (Romanos 2:7-9; Deuteronomio 28).

3) Voluntad de mandato

La voluntad de mandato de Dios es la categoría de su voluntad que más ampliamente se manifiesta en las Sagradas Escrituras. Es también conocida como voluntad revelada.[3] Significa que Dios entregó mandamientos específicos en su Palabra para los que pidió obediencia. Esta clase de voluntad es la respuesta a nuestra pregunta de cuál es la voluntad de Dios para nuestras vidas.

En el Antiguo Testamento, a través de su siervo Moisés, Dios entregó a los israelitas el decálogo, es decir, los diez mandamientos. También entregó otras leyes, ordenanzas, estatutos, preceptos y decretos que eran como una extensión de los diez mandamientos para que la nación de Israel los cumpliera.[4] Estos mandamientos[5] y disposiciones regulatorias tienen que ver con la relación entre Dios y su pueblo bajo dicho pacto o Testamento. También prescribió el régimen de consecuencias por el incumplimiento de ésos mandamientos.

En el Nuevo Testamento, Dios dejó a todos los cristianos mandamientos específicos, los cuales hoy debemos cumplir bajo el nuevo régimen del Espíritu (Romanos 7:6). Estos mandamientos tienen que ver con nuestra relación con Dios, con Cristo, con el Espíritu Santo, con nuestros semejantes y con su creación. Están relacionados con la adoración, con las Sagradas Escrituras, con la iglesia, con el prójimo y la sociedad como un todo, con el matrimonio, con los hijos, con el trabajo, con los bienes materiales y con todas las instrucciones y promesas que Dios nos hizo en Cristo. En fin, la voluntad de mandato de Dios, bajo esta dispensación de la gracia, se expresa en mandamientos específicos que cubren toda nuestra vida como creyentes. Algunos de estos mandamientos específicos, que expresa esta categoría de la voluntad de mandato de Dios en el Nuevo Testamento, incluyen:
  • Creer en nuestro Señor Jesucristo (Juan 6:40).
  • Ser santos (1 Tesalonicenses 4:3).
  • Dar gracias en todo (1 Tesalonicenses 5:18).
  • Que, haciendo bien, hagamos callar la ignorancia de los insensatos (1 Pedro 2:15).
  • No dejar de congregarnos (Hebreos 10:25).
  • Amar a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a uno mismo (Marcos 12:30).
  • Ofrendar voluntariamente, cada primer día de la semana (1 Corintios 16:1-4).
  • Recordar la muerte de Cristo el primer día de la semana (Hechos 20:7).
  • Obedecer en el Señor a nuestros padres (Efesios 6:1-3).
  • No provocar a ira a los hijos sino criarlos en disciplina y amonestación del Señor (Efesios 6:4).
  • Obedecer a los amos terrenales, y que los amos dejen las amenazas (Colosenses 3:22).
  • Que los maridos amen a sus esposas como Cristo amó a la iglesia y que las esposas se sujeten a sus maridos, así como la iglesia está sujeta a Cristo (Efesios 5:21-23).
  • Predicar el evangelio a toda criatura (Marcos 15:16).
  • Leer las Sagradas Escrituras (1 Timoteo 4:13-16).
  • Orar sin cesar (1 Tesalonicenses 5:17).
  • Sobrellevar las cargas los unos a los otros (Gálatas 6:2).
  • Hacer todas las cosas con amor (1 Corintios 16:14).
  • Huir de las pasiones juveniles (2 Timoteo 2:22).
  • Ejercitarse para la piedad (1 Timoteo 4:7).
  • No hacer acepción de personas (Santiago 2:9).
  • Honrar a padre y a madre (Efesios 6:2), y muchos más. "En él asimismo tuvimos herencia, habiendo sido predestinados conforme al propósito del que hace todas las cosas según el designio de su voluntad" (Efesios 1:11).

Hno. Gerson Rosa


[1] Hay personas que aseguran no saber cuál es la voluntad de Dios para sus vidas. Pero la voluntad de Dios está claramente revelada en su Palabra y él espera que la conozcamos y cumplamos.


[2] Es también conocida por los teólogos como voluntad de decreto.


[3] Uno no puede pretender conocer la voluntad no revelada de Dios mientras no obedece la voluntad que Dios ha revelado y expresado en su Palabra, en mandamientos específicos.


[4] Los mandamientos que Dios entregó a la nación de Israel tienen que ver con la adoración a Dios, la santidad, la esclavitud, las fiestas solemnes y las ceremonias, los actos de santidad y de pureza, la inmoralidad, las guerras, las enfermedades, el trato con los extranjeros, las relaciones comerciales, los bienes, sus pactos y promesas, entre otros aspectos bajo el antiguo pacto.


[5] Muchos judíos han considerado que los mandamientos del Antiguo Pacto suman en total 613. En la época medieval, un judío llamado Maimónides dividió éstos en las siguientes dos categorías: 1) mandamientos en positivo (los que tienen que ver con "hacer esto", un total de 248) y 2) mandamientos en negativo (los que tienen que ver con "no hacer esto", un total de 365). Sin embargo, más importante que este arreglo, es que sepamos que la Ley registrada en el Antiguo Pacto fue nuestro Ayo para llevarnos a Cristo (Gálatas 3:24).

La voluntad de Dios (2/3)

El hacer tu voluntad, Dios mío, me ha agradado, y tu ley está en medio de mi corazón (Salmos 40:8).

Doce (12) verdades bíblicas relacionadas con la voluntad de Dios

En las Sagradas Escrituras, la voluntad de Dios está expresada en una variedad de formas que podemos identificar. A continuación, abordamos un grupo de doce (12) verdades bíblicas relacionadas con ella, que no deberíamos pasar por alto en nuestro estudio de quién es Dios.

1. La voluntad de Dios, la de Jesucristo y la del Espíritu Santo no se contradicen.

La voluntad de Dios, la de Jesucristo y la del Espíritu Santo no se contradicen. Las Escrituras nos muestran que la voluntad de ellos está en perfecta armonía. La voluntad del Espíritu no desdice la de Cristo y la de Cristo no contradice la del Padre. Su voluntad está perfectamente unida en los mismos planes y propósitos. Note esta realidad en el siguiente pasaje bíblico:

"Y de igual manera el Espíritu nos ayuda en nuestra debilidad; pues qué hemos de pedir como conviene, no lo sabemos, pero el Espíritu mismo intercede por nosotros con gemidos indecibles. Mas el que escudriña los corazones sabe cuál es la intención del Espíritu, porque conforme a la voluntad de Dios intercede por los santos" (Romanos 8:26, 27).

En el caso de Cristo, la concordancia de su voluntad con la del Padre no solo se ve reflejada desde su posición en la eternidad (Génesis 1:26) sino también en su ministerio terrenal. Estando en la condición de Dios-hombre, Jesucristo se sujetó totalmente a la voluntad de Dios. Él la cumplió a cabalidad en todo cuanto dijo e hizo. Considere esta afirmación que hizo: “No puedo yo hacer nada por mí mismo; según oigo, así juzgo; y mi juicio es justo, porque no busco mi voluntad, sino la voluntad del que me envió, la del Padre” (Juan 5:30).

Una y otra vez Jesucristo afirmó que había venido a este mundo para hacer la voluntad del que le envió. Él dijo: "Porque he descendido del cielo, no para hacer mi voluntad, sino la voluntad del que me envió" (Juan 6:38). Aún en momentos antes de su crucifixión, teniendo la potestad de desistir de la Cruz, Jesús declaró: “Padre, si quieres, pasa de mí esta copa; pero no se haga mi voluntad, sino la tuya” (Lucas 22:42).

En lo que respecta a nosotros, Jesucristo debe ser nuestra mayor motivación y modelo por excelencia para sujetar nuestra voluntad a la de Dios. Debemos emular su ejemplo y determinación de hacer la voluntad del Padre ya sea en tiempos de gozo o de aflicción, en tiempos de abundancia o de escasez. Sea cuál sea nuestra situación haremos bien en sujetarnos a la voluntad de Dios con una pasión y disposición similar a la de Cristo. Ojalá que siempre podamos decir como Jesús: “El hacer tu voluntad, Dios mío, me ha agradado, y tu ley está en medio de mi corazón” (Salmos 40:8).

¿Estamos también haciendo lo mismo que Cristo? ¿Realmente estamos sujetando nuestra voluntad a la del Padre en cada circunstancia de nuestra vida? Es importante que nos respondamos con toda sinceridad estas preguntas.

2. Todas las cosas fueron creadas y existen por la voluntad de Dios.

La Biblia enseña que todas las cosas fueron creadas y existen por la voluntad de Dios. Mientras unos aún tratan de descubrir la causa que dio origen al universo, el testimonio de las Escrituras es claro al respecto. Considere estas cuatro afirmaciones bíblicas que declaran la verdad de que todo lo que hay existe gracias a la voluntad de Dios:

1. “Por la fe entendemos haber sido constituido el universo por la palabra de Dios, de modo que lo que se ve fue hecho de lo que no se veía” (Hebreos 11:3).
2. “Porque él dijo, y fue hecho; él mandó, y existió” (Salmos 33:9).
3. “Todas las cosas por él fueron hechas, y sin él nada de lo que ha sido hecho, fue hecho” (Juan 1:3).
4. “Señor, digno eres de recibir la gloria y la honra y el poder; porque tú creaste todas las cosas, y por tu voluntad existen y fueron creadas" (Apocalipsis 4:11).

Dios es el Creador del universo y quién también lo sostiene. Es por causa de él que el universo se mantiene en movimiento constante y se expande, y no por el llamado Big Bang. Dios es el que "sustenta todas las cosas con la palabra de su poder” (Hebreos 1:3). Él es quién está detrás de todas las leyes físicas que operan y rigen en el universo. Es por su voluntad que el sol, la luna, las estrellas, los planetas y todos los demás astros se mantienen en el lugar y en el orden que es debido.

Si Dios retirara su gracia de la creación, todo, absolutamente todo terminaría en un caos devastador porque toda ella depende de Dios. Si tras cada salida y puesta del sol observamos que las cosas de la creación se conservan en su lugar y operan a nuestro favor, es por la gracia de Dios, quien en su soberana voluntad sustenta todas las cosas con la palabra de su poder.

3. La voluntad de Dios es buena, agradable y perfecta.

El apóstol Pablo exhortó: “No os conforméis a este siglo, sino transformaos por medio de la renovación de vuestro entendimiento, para que comprobéis cuál sea la buena voluntad de Dios, agradable y perfecta” (Romanos 12:2).

La voluntad de Dios es buena, agradable y perfecta. El motivo principal por el cual esto es así se debe a que Él es Santo. De él nunca saldrá nada malo, injusto o corruptible. Dios siempre será una fuente de verdadero amor, perdón, libertad, gozo, pureza, paz, justicia y toda bendición. Todo lo que Dios hace es justo y bueno, está acorde con su carácter y naturaleza y en perfecta armonía con quién es él.

Podemos comprobar cuán buena, agradable y perfecta es esta voluntad de Dios en la medida en que nuestras mentes son más y más transformadas por su Palabra. Cuando recibimos la Palabra de Dios con fe, el Espíritu Santo va renovando nuestro entendimiento de modo que nos va sumergiendo en un océano de bendiciones espirituales que Dios en su santa voluntad ha preparado para nosotros en Cristo. Al conocer, saborear y experimentar esas bendiciones, exclamamos como el salmista: “Bendice, alma mía, a Jehová, y bendiga todo mi ser su santo nombre. Bendice, alma mía, a Jehová, y no olvides ninguno de sus beneficios” (Salmos 103:1,2), “Porque mejor es tu misericordia que la vida; mis labios te alabarán” (Salmos 63:3).

En esta buena, perfecta y agradable voluntad de Dios son inmensas las riquezas y bendiciones presentes y eternas que tenemos en Cristo. Pablo daba gracias a Dios y oraba para que los hermanos en Éfeso pudieran tener una visión más amplia de las bendiciones que, en su buena voluntad, Dios ha dispuesto en Cristo para sus escogidos. Por ejemplo, él les escribió: "No ceso de dar gracias por vosotros, haciendo memoria de vosotros en mis oraciones, para que el Dios de nuestro Señor Jesucristo, el Padre de gloria, os dé espíritu de sabiduría y de revelación en el conocimiento de él, alumbrando los ojos de vuestro entendimiento, para que sepáis cuál es la esperanza a que él os ha llamado, y cuáles las riquezas de la gloria de su herencia en los santos, y cuál la supereminente grandeza de su poder para con nosotros los que creemos, según la operación del poder de su fuerza la cual operó en Cristo, resucitándole de los muertos y sentándole a su diestra en los lugares celestiales" (Efesios 1:16-20).

¿Has comprobado en tu vida lo buena, agradable y perfecta que es la voluntad de Dios? ¿Te has dado cuenta de que todas las bendiciones y misericordias que disfrutas en tu vida son gracias a esa buena voluntad? "¿O menosprecias las riquezas de su benignidad, paciencia y longanimidad, ignorando que su benignidad te guía al arrepentimiento?" (Romanos 2:4). Al comprobar lo buena que es la voluntad de Dios, te das cuenta por qué debemos dar gloria sin fin a Dios.

4. Los hijos de Dios son engendrados por su voluntad.

El apóstol Juan declaró: “Mas a todos los que le recibieron, a los que creen en su nombre, les dio potestad de ser hechos hijos de Dios; los cuales no son engendrados de sangre, ni de voluntad de carne, ni de voluntad de varón, sino de Dios” (Juan 1:12,13).

Somos convertidos en hijos de Dios por la voluntad de Dios. Por nuestra propia cuenta o capacidad no tenemos el poder de hacernos sus hijos. Solo Dios tiene el poder divino de implantar en nosotros una nueva vida de naturaleza espiritual y libertarnos de la esclavitud del pecado por medio de Cristo (Juan 3:5), con la intervención de su voluntad. Esto ocurre cuando nacemos de nuevo. Pero, ¿qué es nacer de nuevo?

Nacer de nuevo no es volver al vientre de nuestra madre para nacer otra vez (como lo preguntó Nicodemo a nuestro Señor Jesucristo en Juan 3:4). Sabemos que humanamente hablando eso es imposible. Jesús se refirió a un nacer "del agua y del Espíritu" (Juan 3:3), el cual vamos a tratar de explicar comparando el nacimiento físico con el espiritual.

Considere esta comparación: para sacar a un bebé del vientre de su madre es necesaria la intervención de los médicos o de una persona que tenga los conocimientos para ello (como los de una partera por ejemplo). Está claro que todo esto ocurre gracias a Dios. Ahora bien, en el caso del nuevo nacimiento, para un hombre o una mujer volver a nacer, ya no en un sentido físico sino en un sentido espiritual, es necesario que Dios lo resucite con su poder de un estado de muerte espiritual que le ha producido el pecado (Efesios 2:1; Romanos 6:23). De acuerdo a las Sagradas Escrituras, esta clase de resurrección espiritual, que también conocemos como segundo nacimiento o regeneración, es la que tiene lugar en el momento en que somos bautizados en Cristo (Colosenses 2:12).

En el bautismo que ordenó Cristo es donde participamos de su muerte, sepultura y resurrección (Romanos 6:1-4); somos revestidos de Cristo (Gálatas 3:26,27) y nuestros pecados son perdonados en él (Hechos 2:38; Tito 3:5). Todas estas bendiciones espirituales las recibimos por la voluntad de Dios cuando respondemos en fe y obediencia al mensaje del evangelio. Esto se demuestra con bastante frecuencia en las Sagradas Escrituras.

En su buena voluntad, Dios envió a su Hijo Cristo, el cual vivió una vida santa, murió por los pecados de la humanidad, fue resucitado, ascendió al cielo y ahora intercede por nosotros. Dios ahora espera que los hombres tengan fe en él, que se arrepientan de sus pecados, que confiesen a Jesús como su Señor y Salvador y se bauticen para perdón de pecados (Hechos 3:19; 22:16; Romanos 6:1-4; Gálatas 3:27; 1 Pedro 3:21). Es así cómo Dios salva a las personas.

Cabe señalar que en ese proceso de la salvación hay una responsabilidad divina y una humana. Esto se deja entrever en pasajes como éste: “El que cree en mí, como dice la Escritura, de su interior correrán ríos de agua viva. Esto dijo del Espíritu que habían de recibir los que creyesen en él; pues aún no había venido el Espíritu Santo, porque Jesús no había sido aún glorificado” (Juan 7:38,39). Claramente, a nosotros nos corresponde creer en Cristo conforme a su Palabra y Dios obrará en nuestros corazones.

Es importante señalar que quién ha nacido de nuevo ya no debe vivir para sí sino para Dios. Jesús lo dijo de esta manera: “El viento sopla de donde quiere, y oyes su sonido; mas ni sabes de dónde viene, ni a dónde va; así es todo aquel que es nacido del Espíritu” (Juan 3:8).En otras palabras, quien ha nacido de nuevo ha de ser gobernado por la voluntad de Dios. "De modo que si alguno está en Cristo, nueva criatura es; las cosas viejas pasaron; he aquí todas son hechas nuevas" (2 Corintios 5:17).

5. Dios oye las oraciones de los que le temen y hacen su voluntad.

Dios responde de manera especial las oraciones de los que le temen y hacen su voluntad. La Biblia dice que Jesús, en su condición de Hijo, fue oído por Dios "a causa de su temor reverente” (Hebreos 5:7). Pedro dijo que "los ojos del Señor están sobre los justos, y sus oídos atentos a sus oraciones; pero el rostro del Señor está contra aquellos que hacen el mal" (1 3:12). El ciego de nacimiento reconocía bien ésta verdad. Al ser cuestionado por los judíos acerca de la obra de sanidad que realizó Jesús en su vida, él respondió: “Y sabemos que Dios no oye a los pecadores; pero si alguno es temeroso de Dios, y hace su voluntad, a ese oye” (Juan 9:31).

Pero, ¿por qué Dios contesta las oraciones de los que le temen y hacen su voluntad? Sin lugar a dudas es porque ellos piden conforme a la voluntad de Dios (1 Juan 5:14). Pedir conforme a la voluntad de Dios significa pedir según lo que le agrada y promueve su gloria. Significa pedir conforme a lo que Dios quiere, es decir, para que su nombre sea glorificado, por el avance de su reino, por más santidad y consagración, por más conocimiento de las Sagradas Escrituras, por más amor al prójimo, por más humildad, por más victorias espirituales, entre otros propósitos espirituales.

En cuanto a nuestras necesidades físicas y materiales, Dios está presto a escucharnos y respondernos. Él espera que le pidamos por propósitos de salud; propósitos familiares y matrimoniales; de trabajos y por necesidades económicas; por planes y proyectos de nuestras vidas y para ser librados de circunstancias adversas. El escritor del libro a los Hebreos exhortó: "Acerquémonos, pues, confiadamente al trono de la gracia, para alcanzar misericordia y hallar gracia para el oportuno socorro" (Hebreos 4:16).

Pero si uno pide para satisfacer deleites pecaminosos, Dios no se complace de esa petición. Si pedimos cosas pensando en consentir deseos de nuestra carne y no los que son del Espíritu, por más que pidamos no vamos a recibir. Santiago dijo que muchos piden y no reciben porque piden mal, para gastar en sus deleites (Santiago 4:3). Dios no contesta positivamente a peticiones que tienen que ver con intereses egoístas. Dios contesta peticiones que tienen que ver con su reino y con lo que conviene para llevar una vida piadosa.

En el Antiguo Testamento se hace un relato triste acerca de una petición no complacida. Es acerca del rey Saúl. En el AT aprendemos que Dios rechazó una petición de Saúl a causa de su desobediencia con respecto al mandato de no dejar nada de los amalecitas. Pues en lugar de obedecer el mandamiento de Dios, Saúl tomó parte de las posesiones materiales de los amalecitas y las escondió. Por medio del profeta Samuel, Dios le hizo reconocer a Saúl el error de su proceder, pero las consecuencias de su desobediencia fueron desastrosas: Dios lo desechó. El resto de la historia puede encontrarse en 1 Samuel capítulo 15.

Todo esto nos enseña que el hombre y la mujer de Dios deben mantenerse temiendo a Dios y haciendo su voluntad por encima de todas las cosas. Pues es a los que le temen y hacen su voluntad que Dios oye.

6. La voluntad de Dios a veces incluye el padecimiento de los creyentes.

A pesar de nuestros esfuerzos por hacer la voluntad de Dios en este mundo, debemos entender que ésta voluntad a veces incluye el sufrimiento en este mundo. El apóstol Pedro advirtió que los sufrimientos por la causa de Cristo no debieran ser extraños para los creyentes (1 Pedro 4:12).

Como creyentes, nuestras vidas están llenas de muchas bendiciones, promesas y goces indescriptibles,[1] pero estas cosas no excluyen la posibilidad de que Dios permita que pasemos por ciertos padecimientos. Dios permite que padezcamos, unas veces para probar nuestra fe; otras veces para hacernos más fuertes y dependientes de él y otras veces como una consecuencia directa o indirecta de alguna acción pecaminosa que hayamos cometido. Sin embargo, todo lo que Dios permite que suceda en nuestras vidas, incluyendo los sufrimientos, él finalmente los encaminará para sus propósitos gloriosos y eternos. Todo creyente debe reconocer esta verdad. Nada pasa en nuestras vidas sin que Dios lo sepa o lo permita. Dios es soberano sobre nosotros, tanto en nuestras alegrías como en nuestras tristezas.

Está claro que Dios no se agrada cuando sufrimos a consecuencias de algún pecado que cometamos, pero sí cuando, de ser necesario, tenemos que padecer mientras hacemos el bien. Esto fue lo que comunicó por medio de Pedro a los expatriados de la dispersión en el Ponto, Galacia, Capadocia, Asia y Bitinia, con estas palabras: “Pues ¿qué gloria es, si pecando sois abofeteados, y lo soportáis? Mas si haciendo lo bueno sufrís, y lo soportáis, esto ciertamente es aprobado delante de Dios” (1 Pedro 2:20).

El apóstol Pedro estaba consciente de que los padecimientos de los creyentes eran realidades que tenían lugar en las vidas de los hermanos en todo el mundo (1 Pedro 5:9). Él afirmó: "Sed sobrios, y velad; porque vuestro adversario el diablo, como león rugiente, anda alrededor buscando a quien devorar; al cual resistid firmes en la fe, sabiendo que los mismos padecimientos se van cumpliendo en vuestros hermanos en todo el mundo" (1 Pedro 5:8,9). “De modo que los que padecen según la voluntad de Dios, encomienden sus almas al fiel Creador, y hagan el bien” (1 Pedro 4:19).

En un sentido más amplio, tanto el sufrimiento del creyente como el del incrédulo son una consecuencia de la caída de Adán y Eva. Desde que Adán y Eva pecaron todos hemos padecido, sin importar nuestra condición, las secuelas del pecado de ellos. Obviamente, no quiere decir que si intencionalmente decidimos hacer lo malo ante los ojos de Dios, y sufrimos, esto se trate de una consecuencia directa del pecado de Adán y Eva. Pues el profeta Ezequiel advirtió: “El alma que pecare, esa morirá; el hijo no llevará el pecado del padre, ni el padre llevará el pecado del hijo; la justicia del justo será sobre él, y la impiedad del impío será sobre él” (Ezequiel 18:20).

Finalmente, todo el sufrimiento del creyente acabará el día en que Cristo transforme el cuerpo de su humillación y lo haga semejante al de la gloria suya (Filipenses 3:21). Entre tanto ese día llega, vivamos con el ánimo y la esperanza que tenía el apóstol Pablo, quien dijo: “Pues tengo por cierto que las aflicciones del tiempo presente no son comparables con la gloria venidera que en nosotros ha de manifestarse” (Romanos 8:18).

[1] El hecho de ser cristianos no nos coloca al margen de los padecimientos. Aunque somos librados por la soberanía de Dios de muchos de los males que acontecen en este mundo, a la vez las Escrituras nos dicen que “Es necesario que a través de muchas tribulaciones entremos en el reino de Dios” (Hechos 14:22). Esto no quiere decir que Dios quiere que suframos sino que, puesto que vivimos en un mundo donde mora el pecado, tendremos que batallar contra los deseos de nuestra carne (1 Pedro 2:11) y los retos que plantea el estado pecaminoso de este mundo hasta nuestra entrada victoriosa en el reino de los cielos con cuerpos glorificados.

Hno. Gerson Rosa

La voluntad de Dios (3/3)

7. El querer y el hacer del creyente es producido por la buena voluntad de Dios.

Todo buen deseo o toda buena obra que pueda salir de nosotros es gracias a la buena voluntad de Dios. Ya hemos mencionado que Dios es el que en nosotros produce así el querer como el hacer[1] por su buena voluntad (Filipenses 2:13). Él es quien pone en nosotros esos deseos de ser semejantes a Cristo; de predicar el evangelio a los perdidos; de orar sin cesar; de tener comunión los unos con otros y esos deseos de reunirnos regularmente como iglesia para glorificarlo.

Tanto el querer como el hacer que Dios produce en nosotros es con el propósito de que lo glorifiquemos. Actividades tan simples y habituales como las de beber, comer o cualquier cosa que hagamos debemos hacerlas para su gloria (1 Corintios 10:31). La gran pasión de nuestras vidas y lo que nos debe caracterizar como creyentes es buscar glorificar a Dios en todos los aspectos. Al reflexionar en Filipenses 2:13, es maravilloso saber que aún esta correcta motivación de glorificar a Dios en todo, nos viene dada por su buena voluntad.

Todo deseo y obra del creyente que es nacido de nuevo debe ser para la gloria del Señor y no para la suya propia. Dios espera que el creyente lo glorifique porque Él mismo le concedió una nueva naturaleza espiritual que apunta hacia la búsqueda de su gloria. Jesús dijo: “El que habla por su propia cuenta, su propia gloria busca; pero el que busca la gloria del que le envió, este es verdadero, y no hay en él injusticia” (Juan 7:18). Esto expresa una diferencia clara entre el hombre que ha nacido de nuevo y el que aún no ha sido regenerado. El primero busca la gloria de Dios en todo cuanto desea y hace, mientras que el segundo se identifica por desear y buscar la gloria personal.

Esto anterior no quiere decir que los cristianos somos inmunes a las tentaciones de hacer las cosas para ser reconocidos, premiados o vistos por los demás. Debemos recordar que mientras vivamos en este mundo, en este cuerpo de carne, esas tentaciones vendrán a nuestras vidas y no debemos ceder a ellas. Así que toda vez que alguien nos exprese algún halago o nos quiera aplaudir por haber entendido que hicimos alguna buena obra, digamos: A Dios sea la gloria.

8. La verdadera familia de Jesús está compuesta por los que hacen la voluntad de Dios.

Hacer la voluntad de Dios nos define e identifica como miembros de la familia que Dios está reuniendo en Cristo, es decir, la iglesia. Jesús dijo: “Porque todo aquel que hace la voluntad de Dios, ese es mi hermano, y mi hermana, y mi madre” (Marcos 3:35). Esta familia pone en práctica la voluntad de Dios, es decir el amor, la verdad, la unidad, la santidad, la predicación del evangelio, el servicio, la misericordia y en fin la sana doctrina teniendo a Cristo como centro. El apóstol Pablo expresó las siguientes palabras acerca de esta hermosa familia:

"Así que ya no sois extranjeros ni advenedizos, sino conciudadanos de los santos, y miembros de la familia de Dios, edificados sobre el fundamento de los apóstoles y profetas, siendo la principal piedra del ángulo Jesucristo mismo, en quien todo el edificio, bien coordinado, va creciendo para ser un templo santo en el Señor; en quien vosotros también sois juntamente edificados para morada de Dios en el Espíritu" (Efesios 2:19-22).

La familia de Dios procura hacer todas las cosas en respuesta obediente a la voluntad de Dios expresada en la Biblia. Trata de asegurarse de que todo lo que cree y practica se conforma a la Palabra de Dios y no a la voluntad de los hombres (1 Pedro 4:11). No va más allá de lo que está escrito (1 Corintios 4:6). Procura hablar conforme a las palabras de Dios. No le quita ni le añade a la Biblia porque desea ser fiel a Dios y conoce las advertencias y consecuencias de traspasar su Palabra (Apocalipsis 22:18,19).

La familia de Dios persevera en hacer la voluntad de Dios. Aun cuando algunos se desvíen, un ejército fiel se mantendrá siguiendo la paz y la santidad sin la cual nadie verá al Señor (Hebreos 12:14). A pesar de las dificultades estará en pie porque "siete veces cae el justo, y vuelve a levantarse; mas los impíos caerán en el mal” (Proverbios 24:16). La iglesia prevalecerá sobre todas las tormentas de pecado de este mundo porque Cristo la guía, perdona y sostiene. La Palabra de Dios asegura que el que comenzó en nosotros la buena obra, la perfeccionará hasta el día de Jesucristo (Filipenses 1:6). Jesús dijo:"yo les doy vida eterna; y no perecerán jamás, ni nadie las arrebatará de mi mano (Juan 10:28).

Los que hacen la voluntad de Dios pertenecen al reino de la luz, no al de las tinieblas. Están con Cristo, no con Belial. Van camino al cielo, no al infierno. Se conocen como cristianos, no como mundanos. Son salvos, no perdidos. Jesús lo indicó con claridad: "No todo el que me dice: Señor, Señor, entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos (Mateo 7:21).

Así como no todos los que descienden de Israel son israelitas (Romanos 9:6), así tampoco todos los que asisten[2] a la iglesia son cristianos genuinos que hacen la voluntad de Dios. En la parábola del trigo y la cizaña, el Señor Jesús enseñó que en el fin del mundo los ángeles recogerán a los hijos del reino (el trigo) y a los hijos del malo (la cizaña) para colocar a cada uno en su lugar. Los justos resplandecerán como el sol en el reino de su Padre, pero los injustos tendrán su parte en las tinieblas de afuera, donde será el lloro y el crujir de dientes (Mateo 13:24-52). Todos los que profesamos ser parte de la familia de Dios debemos examinarnos a nosotros mismos para saber si estamos en la fe (2 Corintios 13:5).

9. Quien quiera hacer la voluntad de Dios conocerá si la doctrina es de Dios.

El que realmente desea hacer la voluntad del Dios único y verdadero es quien conocerá si la doctrina que Jesús habló proviene de ése mismo Dios. Jesús dijo: “El que quiera hacer la voluntad de Dios, conocerá si la doctrina es de Dios, o si yo hablo por mi propia cuenta” (Juan 7:17). Note que Jesús dijo “el que quiera”, dejando claro que el hombre tiene que desear hacer la voluntad de Dios para entonces conocer lo tocante a su doctrina.

Ahora bien, ¿Quién pone ese deseo en el corazón del hombre? ¿Acaso surge solamente del hombre? Por las Escrituras sabemos que es Dios quien abre el corazón del oyente para que éste entienda su voluntad (ver Hechos 16:14). Y esto ocurre cuando éste se expone a la predicación fiel de la Palabra de Dios y la cree. En otras palabras, se puede afirmar que el querer hacer la voluntad de Dios es un deseo que el Espíritu Santo coloca en el corazón del oyente tras convencerlo de su estado espiritual mediante la predicación del evangelio (Juan 16:8). La Biblia dice que "la fe es por el oír, y el oír, por la palabra de Dios" (Romanos 10:17). En cambio, si el hombre rechaza las palabras de Cristo, tristemente no llegará a conocer a Dios ni a su doctrina. En ese caso, se interpreta que no desea hacer la voluntad de Dios, y seguiría en un estado de condenación.

Previo a un adecuado conocimiento de la doctrina de Dios y de su procedencia, él hombre también necesita darse cuenta de su condición caída y pecaminosa ante Dios (lo cual llega a saber gracias a la obra el espíritu Santo en su corazón mediante la predicación del evangelio, como hemos mencionado). Necesita reconocer su necesidad de salvación en Cristo y procurar la reconciliación con Dios respondiendo bíblicamente a la verdad del evangelio. Tiene que creer en Cristo y arrepentirse de sus pecados, lo cual es demandado por la voluntad de Dios, y así estará en la dirección correcta con respecto a la fuente y el conocimiento de la doctrina de Dios. La respuesta positiva del hombre al mensaje del evangelio es la evidencia de su deseo de hacer la voluntad de Dios y de que el Espíritu Santo obró su corazón al escuchar el mensaje redentor.

10. Los santos[3] son llamados y designados para el ministerio por la voluntad de Dios.

El apóstol Pablo aseguró que su llamado al apostolado fue según la voluntad de Dios. Él dijo ser llamado apóstol de Jesucristo "por la voluntad de Dios” (1 Corintios 1:1). No se autoproclamó apóstol sino que fue escogido por Dios mismo para ese ministerio. Primero tuvo un encuentro con el Señor Jesucristo de una forma dramática mientras iba camino a Damasco para perseguir a la iglesia (Hechos 22:6-26), y más tarde Dios lo hizo ministro de Jesucristo a los gentiles (Romanos 15:16), tal como lo tenía planeado.

El Nuevo Testamento registra que Dios fue quien llamó y escogió a sus siervos para la obra del ministerio. En el caso de los doce discípulos, el mismo Señor Jesús los llamó y los escogió personalmente. En el caso de Matías, resultó escogido por la voluntad de Dios luego de comprobarse que cumplía con los requisitos especiales para ser contado con los doce (Hechos 1:12-26). La Biblia dice que "él mismo constituyó a unos, apóstoles; a otros, profetas; a otros, evangelistas; a otros, pastores y maestros, a fin de perfeccionar a los santos para la obra del ministerio, para la edificación del cuerpo de Cristo" (Efesios 4:11,12). ¿Quién hizo esto? El mismo Dios. Dios hoy sigue llamando y escogiendo a sus siervos según su voluntad.

En su Palabra, Dios dejó las directrices para la escogencia de los hombres y mujeres que han de servir en la obra del ministerio de la iglesia, según su voluntad. Si bien en el pasado, antes de que se completara el canon de las Sagradas Escrituras, él llamó y designó de una manera más especial a sus apóstoles y profetas, ahora él llama y escoge mediante la guía del Espíritu Santo en su iglesia y las instrucciones específicas que dejó en su Palabra escrita. En este sentido, los aspirantes a desempeñar ministerios o posiciones de liderazgo en la iglesia local no deben ser constituidos por meras motivaciones relacionadas con las cualidades físicas, el carisma, los conocimientos, por familiaridad, por habilidades o por alegadas experiencias sobrenaturales sino en base a los requisitos bíblicos que Dios comunicó a través de los santos hombres que el Espíritu Santo inspiró (2 Pedro 2:21).

No debemos caer en el error de escoger líderes para el servicio ministerial en la iglesia basándonos en criterios humanos. Ese fue el error con la escogencia de Saúl como rey, en el Antiguo Testamento. Su escogencia no estuvo basada en los criterios de Dios sino en los de los israelitas. La Escritura muestra que los israelitas se acercaron al profeta Samuel para pedir que les fuera colocado un rey sobre ellos, como los tenían las demás naciones. Sin embargo, la posición de Dios al respecto era que ellos en realidad estaban desechando su señorío celestial para someterse a un reinado humano. Por ese motivo, dijo Dios al profeta Samuel:

"Oye la voz del pueblo en todo lo que te digan; porque no te han desechado a ti, sino a mí me han desechado, para que no reine sobre ellos. Conforme a todas las obras que han hecho desde el día que los saqué de Egipto hasta hoy, dejándome a mí y sirviendo a dioses ajenos, así hacen también contigo. Ahora, pues, oye su voz; mas protesta solemnemente contra ellos, y muéstrales cómo les tratará el rey que reinará sobre ellos. Y refirió Samuel todas las palabras de Jehová al pueblo que le había pedido rey. Dijo, pues: Así hará el rey que reinará sobre vosotros: tomará vuestros hijos, y los pondrá en sus carros y en su gente de a caballo, para que corran delante de su carro; y nombrará para sí jefes de miles y jefes de cincuentenas; los pondrá asimismo a que aren sus campos y sieguen sus mieses, y a que hagan sus armas de guerra y los pertrechos de sus carros. Tomará también a vuestras hijas para que sean perfumadoras, cocineras y amasadoras. Asimismo tomará lo mejor de vuestras tierras, de vuestras viñas y de vuestros olivares, y los dará a sus siervos. Diezmará vuestro grano y vuestras viñas, para dar a sus oficiales y a sus siervos. Tomará vuestros siervos y vuestras siervas, vuestros mejores jóvenes, y vuestros asnos, y con ellos hará sus obras. Diezmará también vuestros rebaños, y seréis sus siervos. Y clamaréis aquel día a causa de vuestro rey que os habréis elegido, mas Jehová no os responderá en aquel día. Pero el pueblo no quiso oír la voz de Samuel, y dijo: No, sino que habrá rey sobre nosotros; y nosotros seremos también como todas las naciones, y nuestro rey nos gobernará, y saldrá delante de nosotros, y hará nuestras guerras" (1 Samuel 8:7-20).

En el caso de la escogencia de David como rey, es evidente que los criterios de Dios fueron distintos a los de la perspectiva humana. Esta vez, considere como se contrapone el parecer de Dios con el del hombre en el proceso de escogencia de David como rey de Israel:

"Y aconteció que cuando ellos vinieron, él vio a Eliab, y dijo: De cierto delante de Jehová está su ungido. Y Jehová respondió a Samuel: No mires a su parecer, ni a lo grande de su estatura, porque yo lo desecho; porque Jehová no mira lo que mira el hombre; pues el hombre mira lo que está delante de sus ojos, pero Jehová mira el corazón. Entonces llamó Isaí a Abinadab, y lo hizo pasar delante de Samuel, el cual dijo: Tampoco a este ha escogido Jehová. Hizo luego pasar Isaí a Sama. Y él dijo: Tampoco a este ha elegido Jehová. E hizo pasar Isaí siete hijos suyos delante de Samuel; pero Samuel dijo a Isaí: Jehová no ha elegido a estos. Entonces dijo Samuel a Isaí: ¿Son estos todos tus hijos? Y él respondió: Queda aún el menor, que apacienta las ovejas. Y dijo Samuel a Isaí: Envía por él, porque no nos sentaremos a la mesa hasta que él venga aquí. Envió, pues, por él, y le hizo entrar; y era rubio, hermoso de ojos, y de buen parecer. Entonces Jehová dijo: Levántate y úngelo, porque este es" (1 Samuel 16:6-12).

11. La voluntad de Dios puede ser conocida.

Muchas personas afirman no saber la voluntad de Dios para sus vidas. Unos esperan conocerla mediante un sueño. Otros, mediante una visión o alguna experiencia sobrenatural. Otros buscan conocerla hurgando en el interior de sus corazones. Sin embargo, todo lo que Dios quiere que nosotros sepamos de su voluntad ya está revelado en la Biblia. Necesitamos ir a ella para conocer la voluntad de Dios. Dios reveló su voluntad en su Palabra escrita, no para que unos pocos privilegiados la sepan sino para que todo hombre la conozca y la obedezca.

Una vez conocida la voluntad de Dios, él espera que sea obedecida.[4] Cuando Dios prohibió a Adán y Eva comer del fruto que estaba en medio del huerto, él esperaba obediencia. Cuando él mandó a Noé a construir el arca, esperó obediencia, de acuerdo a las instrucciones que había dado. Cuando él entregó a Moisés los diez mandamientos en el Monte Sinaí, esperaba obediencia. Cuando sacó a Israel de Egipto y lo introdujo en la tierra de Canaán, esperó obediencia. Cuando envió a su Hijo Jesucristo y lo entregó por nuestros pecados en la cruz esperó nuestra respuesta de obediencia a su voluntad con respecto a Cristo y su doctrina. Habiendo Dios revelado su voluntad, no hay excusa para desobedecerla.

La Biblia advierte acerca del peligro de pecar, voluntariamente, teniendo conocimiento de la voluntad de Dios. La Escritura dice que si "pecáremos voluntariamente después de haber recibido el conocimiento de la verdad, ya no queda más sacrificio por los pecados, sino una horrenda expectación de juicio, y de hervor de fuego que ha de devorar a los adversarios” (Hebreos 10:26,27). El apóstol Pedro sentenció: “Porque mejor les hubiera sido no haber conocido el camino de la justicia, que después de haberlo conocido, volverse atrás del santo mandamiento que les fue dado” (2 Pedro 2:21).

Acerca de conocer o no conocer la voluntad de Dios, cabe también advertir lo dicho por nuestro Señor Jesucristo con estas palabras: "Aquel siervo que conociendo la voluntad de su señor, no se preparó, ni hizo conforme a su voluntad, recibirá muchos azotes. Mas el que sin conocerla hizo cosas dignas de azotes, será azotado poco; porque a todo aquel a quien se haya dado mucho, mucho se le demandará; y al que mucho se le haya confiado, más se le pedirá" (Lucas 12: 47,48).

12. El que hace la voluntad de Dios permanece para siempre.

El apóstol Juan dijo: “...el mundo pasa, y sus deseos; pero el que hace la voluntad de Dios permanece para siempre” (1 Juan 2:17).

El cielo y la tierra, como los conocemos actualmente, pasarán, pero no así el que hace la voluntad de Dios. Esta es una maravillosa y alentadora promesa de la Biblia. Como el salmista, se puede afirmar que el que obedece la voluntad de Dios será como "el Monte de Sión que no se mueve sino que permanece para siempre" (Salmos 125:1).

Tanto el Antiguo como el Nuevo Testamento enseñan que los que hacen la voluntad de Dios permanecen para siempre. En el AT, por ejemplo, considere los siguiente personajes: Enoc, el cual caminó trescientos años con Dios, fue traspuesto para no ver muerte porque tuvo testimonio de haber agradado a Dios (Hebreos 11:5). El profeta Elías, a pesar de ser un hombre con pasiones semejantes a las nuestras, fue llevado al cielo por Dios en un carro de fuego (2 Reyes 2:11). Moisés, con el cual Dios hablaba cara a cara, fue enterrado por Dios mismo en un lugar que ni siquiera Satanás conoce hasta hoy (Judas v. 9).

En el Nuevo Testamento, la verdad de que si hacemos la voluntad de Dios viviremos para siempre se enseña con más frecuencia todavía. En él se nos enseña que al final de este mundo Dios mandará a recoger a todos los inscritos en el libro de la vida, los que hacen su voluntad, para estar siempre con ellos. Los que hacen la voluntad de Dios moraran en las mansiones celestes que Cristo fue a preparar (Juan 14:2-4). Los que hacen la voluntad de Dios gozarán de una vida indestructible en el cielo y estarán siempre con el Señor (1 Tesalonicenses 4:17).

Es notoria la atención especial de Dios para con quienes murieron en el Señor e hicieron su voluntad mientras estuvieron en vida. Aunque ya partieron de este mundo, Dios se sigue llamando Dios de ellos, así como se llama Dios de Abraham, de Isaac y Jacob (Mateo 22:32). Los que hacen la voluntad de Dios serán guiados por el mismo Dios aún más allá de la muerte (Salmos 48:14).

Jesucristo señaló la posición de los que hacen la voluntad de Dios y de los que no la hacen, con estas palabras: "No todo el que me dice: Señor, Señor, entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos. Muchos me dirán en aquel día: Señor, Señor, ¿no profetizamos en tu nombre, y en tu nombre echamos fuera demonios, y en tu nombre hicimos muchos milagros? Y entonces les declararé: Nunca os conocí; apartaos de mí, hacedores de maldad" (Mateo 7: 21-23).

Hno. Gerson Rosa


[1] El querer y el hacer la voluntad de Dios, en el sentido que Dios espera, no es lo que caracteriza la motivación del corazón del hombre no regenerado. Aparte de Dios, el hombre natural simplemente no hace las cosas para la gloria de Dios sino para gloria de sí mismo. Desde una óptica humana, el hombre natural parece ser digno del cielo por hallarse haciendo grandes obras benévolas y actos de servicios y favores a otros. Sin embargo, su problema básico es que a causa del pecado que mora en él, todo esto lo hace para su autocomplacencia personal y no para la gloria de Dios, aun cuando no manifiesta a los demás la motivación de que lo hace para la gloria de sí mismo.

[2] Algunos individuos asisten a las reuniones de la iglesia, hacen profesión de fe en ella, permanecen por un largo tiempo en ella, participan de sus cultos y actividades, incluso hacen cosas que los demás creyentes hacen, pero más tarde cambian sus afectos y creencias. Al transcurrir el tiempo van perdiendo el interés y el encanto que manifestaron en sus inicios. Luego terminan abandonado el redil y no regresan. Mientras unos regresan al rebaño por la gracia de Dios (Santiago 5:20), otros llegan al punto de negar a Cristo. Cuando nos preguntamos por qué esto ocurre, tenemos que pensar en la respuesta que nos dejó el apóstol Juan al respecto: “Salieron de nosotros, pero no eran de nosotros; porque si hubiesen sido de nosotros, habrían permanecido con nosotros; pero salieron para que se manifestase que no todos son de nosotros” (1 Juan 2:19).

[3] Los santos son los apartados para Dios, los salvados, los hombres y mujeres que han sido separados del pecado del mundo para vivir, no según sus propios deseos, sino según la voluntad de Dios.

[4] Obedecer la voluntad de Dios debe ser el blanco de nuestras vidas. El pecado es errar en esa meta de obedecerla.

¡BUENAS NUEVAS DE GOZO!

I. LAS BUENAS NOTICIAS En Mateo 13:44, nuestro Señor Jesucristo dijo que “el reino de los cielos es semejante a un tesoro escondido en un ca...