Comúnmente, pasa desapercibida entre la gente. No ama los primeros asientos en los lugares ni las salutaciones en las plazas. No se afana por anunciarse ni por presentarse. No hace sonar bocinas ni trompetas para llamar la atención o para hacerse más notoria. Sencillamente, la descubres o la ignoras. Así es la humildad.
La humildad no tiene ni hace amistad con la soberbia. Aún en medio del ruido y bullicio del ego, ella permanece cuerda y serena. A nadie murmura ni tampoco menosprecia. A los demás no ve por encima de sus hombros. No procura destacar como la mejor, como la más interesante o incluso como la más honrosa de todas. No se ensoberbece cuando demuestra la verdad y la razón. No intenta apagar la luz de los demás para querer ella brillar. No se recrea en el chisme y la hipocresía. No presume de sus logros ni se afana por exhibirlos. No crea condiciones para ser alabada o exaltada. No busca aplausos, no busca encomios o halagos (ni por la ausencia de ellos se amarga o se hiere). Solo a Dios quiere glorificar. ¿Te suena familiar?.
La humildad sabe soportar confiada y con paciencia. Sabe callar y ceder con sabiduría a sus derechos cuando es necesario. Sabe desprenderse, soltar y dejar. Es generosa y dadivosa, con amor se entrega bondadosa. Sabe tomar su lugar. Busca el perdón y busca perdonar. Sin importar sus alturas, sabe sentarse para aprender y escuchar, para servir y ayudar. Generalmente, se sacrifica mientras otros se acomodan. Ama sin exigir o esperar nada a cambio. Tiene un matrimonio inquebrantable con el amor de Dios, y donde está ese amor ahí está ella. A veces parece perder, cuando en realidad gana (Lucas 14:11). Con sinceridad no fingida, ríe con los que rien y llora con los que lloran. Al considerarla tan tan sencilla, tan mansa, tan modesta y sincera, algunos hasta buscan aventajarse de ella, ignorando que en esto así mismos se engañan.
En este mundo temporal, la humildad es y hace cosas que tienen un valor y un significado eterno. La humildad es responsable de causar asombro en quienes la han visto subir desde lo más bajo hasta lo más alto. La humildad, si la tienes, aligera y eleva tu alma; le da calma y descanso. Si la tienes, tienes la dicha de ser un ciudadano del reino de los cielos. Ella siempre está dispuesta a hacer lo que el amor de Dios quiere experimentar. Sus bellezas y excelencias, de Cristo proceden.
Esta humildad, ¿Quiénes la poseen? La poseen quienes saben que sin Cristo nada pueden hacer (Juan 15:5). La poseen aquellos que reconocen cuán pequeños son ante Dios el GRAN YO SOY. La poseen quienes reconocen su dependencia absoluta de Dios. La poseen aquellos que, al reconocer sus pecados y necesidad de gracia y perdón, hacen como aquel que "no quería ni aun alzar los ojos al cielo, sino que se golpeaba el pecho, diciendo: Dios, sé propicio a mí, pecador" (Lucas 18:13). Para ser más específico, la poseen aquellos que el Señor Jesús identifica en Mateo 5:3.
Dios te bendiga.
Hno. Gerson Rosa
*Meditación
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